En uno de mis regresos a Buenos Aires, mi amiga y compañera de aventuras, Elsa Drucaroff, me presentó por mail a Andrés Neuman, autor argentino radicado en España y de cuya pluma surgieron novelas como Bariloche (1999, Anagrama), Una vez Argentina (2003, Anagrama) y El viajero del siglo (2009, Alfaguara). «Ahora estoy escribiendo una novela sobre Japón», me dijo entonces el también periodista, poeta, traductor y bloguero, «y Elsa me dijo que sos la persona indicada para ayudarme con algunos datos». Yo tenía experiencia académica, ya frente a clases como ante públicos diversos, pero servir como fuente para un libro era algo nuevo. Nos encontramos en el mítico cafetín porteño Varela Varelita, donde tuvimos una larga y ecléctica charla sobre cuestiones más y menos japonesas, algunas que fue agradable descubrir en el libro terminado. Hoy, aquel encuentro me parece difuso y en cambio me queda una extraña conexión con Andrés. No porque yo le haya aportado datos que él no hubiese encontrado de otra forma, sino porque éste es un libro que habla de viajeros, de gente inquieta, de pasiones, de fugas y de intermitencias. Esto es, éste libro habla de personas como yo.
Fractura (2018, Alfaguara) es la historia de Yoshie Watanabe, un sobreviviente de la bomba atómica que se enfrenta ahora a una nueva catástrofe: el incidente de Fukushima de 2011. Éste, como sabrán, fue en realidad una triple catástrofe; el 11 de marzo un terremoto en la región de Tōhoku ocasionó un tsunami que a la vez fue determinante para el subsiguiente accidente en una planta nuclear. A la historia que vive Watanabe en tiempo presente (contada por un narrador que lo acompaña entre despojos que le recuerdan otros despojos), la complementan otras historias: específicamente, las de cuatro amantes que el protagonista tuvo cuando viajaba por el mundo al trabajar para la compañía de televisores Me. Estas mujeres (Violet, Lorrie, Mariela y Carmen) narran así distintas instancias del pasado del protagonista; son las voces que le permiten avanzar en una vida de otra forma condicionada por la destrucción.
En la novela, el interpretar el pasado a través de líneas que unen experiencias fragmentarias encuentra su metáfora en el kintsugi, una práctica tradicional japonesa a través de la cual se reparan objetos de cerámica usando una combinación de laca y polvo de oro. El kintsugi presupone que las fracturas son partes esenciales de la historia de un objeto, de modo que no deberían ser eliminadas a través del proceso de reparación; por el contrario, deberían convertirse en elementos constitutivos de la pieza post-destrucción. Así, las fracturas y las cicatrices, no son consecuencias azarosas que tan sólo nos recuerda la historia de un objeto, sino también un legado, un proceso de construcción histórica, un pase de generación en generación que hace fluir al tiempo en su totalidad. El kintsugi lleva inscrito este principio filosófico ya en la polisemia del kanji 継 en su nombre, el cual significa ‘reparar’, pero también ‘sucesión’ y ‘herencia’.
Volviendo a Fractura, otro punto interesante de la novela (y relacionado con la idea de sucesión antes expuesta) es que cada una de estas mujeres vive en un espacio distinto -Paris, Nueva York, Buenos Aires, España- que a la vez transforma, altera y profundiza los modos de conocer y enamorarse del otro. De este modo, las líneas que unen la historia fracturada del protagonista sirven también para recorrer distintas regiones del mundo, para unir sus espacios, pero sobre todo, para reparar acontecimientos devastadores que parecen disímiles. Las fracturas locales se reparan mediante la mirada global. Así, la experiencia japonesa en la Guerra Mundial sirve para cerrar heridas sobre la Guerra Civil Española o la Dictadura Argentina del 76. Las palabras de la argentina Mariela explicitan esta cuestión:
Para mí los países, en el fondo, nunca son tan distintos. Es algo que aprendí traduciendo. Por muchas diferencias y limitaciones que encuentres, al final prevalece lo traducible. Lo que cada uno logra hacer con lo que entiende (pg. 310).
Existen en la novela, entonces, dos sistemas. En el primero se encuentra el pasado, la historia, pero también la ruptura del mundo en partes (¿naciones?). El segundo sistema es el futuro, la narración y el sentido de esa historia, pero también la reconfiguración de líneas que reúnan cada una de las segmentaciones en un todo (¿mundo?). Dicho de otra forma, Fractura es una novela que apuesta por un deseo de lo universal. Es una puesta en movimiento de historias, conexiones, uniones, traducciones y líneas de kintsugi que nos permitan ver (volver a ver) al mundo como una totalidad. Chernóbil y Fukushima, por ejemplo, se transforman en dos problemas de escala planetaria, donde lo próximo y lo distante (Renato Ortiz dixit) se unen ante un destino apocalíptico común. Muy a tono con el discurso imperante sobre el cataclismo climático que nos azotará pronto, Fractura aporta su dosis de toma de conciencia y una idea implícita de que sólo en la unión humanitaria encontraremos una solución. Because we are all human after all, podría bien decir uno de sus personajes.
Existen, claro, siempre dos caras de dicho deseo de lo universal. La primera es efectivamente esta mirada de unión, reencuentro y reconocimiento de un destino común a la humanidad. La segunda es el borramiento de particularidades locales en la vorágine de una potencia global y totalizadora. Neuman es cuidadoso de no caer en esto último, al punto de trabajar las lenguas y los modos de hablar de sus personajes de forma meticulosa. Sin embargo, me es inevitable preguntarme si eso posible. Sin ir más lejos, los personajes de las cuatro mujeres que narran la historia de Watanabe me resultaron por momentos poco diferenciables. Asimismo, la narración me pareció demasiado guiada por una potente Historia Universal, deteniéndose innecesariamente el avance de los acontecimientos de la/s historia/s con minúscula. Supongo que es parte de nuestro condicionamiento contemporáneo: en este mundo ultra-comunicado, resulta muy difícil discernir entre lo local y lo global.
Otros temas interesantes de la novela: la vejez, la sexualidad en la vejez, las diferencias entre el Holocausto y las bombas atómicas, la culpa y vergüenza de los sobrevivientes, la traducción, la historia del otro como reflexión sobre la historia propia. Este abanico temático hace de Fractura una novela sumamente interesante para cualquier tipo de lector.
Cierro con un regreso a lo local. Tras aquel encuentro en Varela Varelita, seguí hablando con Andrés por mail, intentando mantener lo que él calificó como «charlas anfibias» y «cruce de fronteras en equipo». Después perdimos contacto, pero yo siempre me acuerdo de él. Quizás no lo sepa, pero hay una frase que me escribió por mail y que se soldó en mi interior con laca y oro. Antes, cuando pensaba en mis raíces, involuntariamente me venía a la mente un verso de Hugo Mujica: «en lo hondo no hay raíces hay lo arrancado». Hoy pienso en cambio en las palabras de Andrés en aquel mail: «no hay nada como dos desarraigados para sentirse arraigados». Creo que esa ilusión de que haya alguien como yo ahí afuera unió alguna fractura dentro de mí. Y eso me motiva a seguir viajando y a seguir buscando.
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