Erótica tentacular

Publicado en Andén (No.80)

Me contó un amigo (vaya uno a saber cómo llegó a esto) que existe, en Japón, un género pornográfico conocido como shokushu gōkan 触手強姦, literalmente: violación con tentáculos. Se trata de imágenes de mujeres sodomizadas y violadas por pulpos, o bien por criaturas que tienen tentáculos como los de un pulpo. Algunas veces comparten la escena con otras mujeres y muy pocas veces aparecen hombres, aunque es un género consumido casi exclusivamente por los últimos.

Dejo aquí un ejemplo…

 

Hice una breve investigación; no para justificar los perversos e impúdicos placeres de mi amigo, sino por mera curiosidad histórica. Mis resultados fueron los siguientes:

En lo que respecta a Japón, sabido es que su industria pornográfica es una de las más grandes del mundo; poco sabido es, sin embargo, que lo que hoy llamamos pornografía era recurrente en la vida cotidiana del período Edo (1603-1868). Quizás hayan sido antecedentes de este hecho los concursos de medición de penes o los concursos de pedos del período Heian (794-1185), aquellos años suelen ser, en cambio, recordados por la belleza, el refinamiento y la estética que promovieron textos famosos como el Libro de la Almohada o el Genji Monogatari. Otro antecedente pudo haber sido la secta budista conocida como Tachikawa Ryu, un grupo de monjes que creía que el sexo era la mejor forma de usar el cuerpo y por lo tanto de alcanzar la iluminación. Pero fue en el período Edo cuando la representación explícita de distintos actos sexuales cobró protagonismo en la cultura popular japonesa. La técnica más usada para su difusión fue la xilografía conocida como ukiyo-e, dentro de la cual las imágenes sexuales explícitas fueron agrupadas bajo el género shunga 春画 (estampas eróticas o, literalmente, imágenes de primavera). Estas proliferaban en libros, pero sobre todo en rollos ilustrados que compilaban diferentes historias conocidas (la del Genji, por ejemplo) en versiones que hoy llamaríamos “porno”.

Durante este período, surgieron también en Japón representaciones explícitas de sexo con animales, zoofilia, bestialidad o, como mucho después llamó Hani Miletski en un intento por ‘demonstruoficarlo’, “zoosexualidad”. Esto, que a algunos podría resultarles repugnante (no a mi amigo, al parecer), era una práctica más bien frecuente en casi cualquier cultura no-europea, o más bien, en casi cualquier cultura no-cristiana. En India, China, Australia, desde tiempos ancestrales, existieron representaciones de sexo con animales. Quizás una de las más conocidas y controvertidas fue la estatua del sátiro Pan, teniendo sexo con una cabra[1].

Con relación específica al sexo con pulpos, dos artistas japoneses del período Edo se destacan. El primero es Utagawa Kuniyoshi (1797-1861), quien retrató en largas series a la princesa Tamatori atacada y ultrajada por criaturas marinas tras haber irrumpido en los reinos del dios del mar. El segundo artista, famoso más bien por sus Treinta y Seis Vistas del Monte Fuji o por su Gran Ola, fue Katsushika Hokusai (1760-1849). En una colección de estampas eróticas de 1814 llamada El genuino y experto veterano al encuentro del virtuoso deleite, Hokusai representó a una mujer teniendo sexo con dos pulpos. He aquí la obra, que no lleva título en la colección y es generalmente conocida como Ama to tako 海女と蛸 (la buza y los pulpos).

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También dejo un fragmento del texto que contiene la obra, traducido al español por Amaury García:

Pulpo: Zuu, zuu, zuu, zuu, hicha-hicha, gucha-gucha, chu, chu, chu, chu, guu, guu, zuu, zuu.Buza: Ey! Y qué de la impresión de estar enrrollada por ocho piernas? Oh, oh, se está metiendo, aa, aa. (Los jugos fluían como agua caliente). Nura, nura, nura, doku, doku. Ee, moo, empiezo a sentir un hormigueo. Una y otra vez, hasta perder la conciencia, fu, fu, fu, fuu, fuu, los límites y las fronteras desaparecen, oo, oo, oo. Me vengo, anna, aaaaaa, ahí, ahí, aquí, aquí, uu, mu, mu, mu, fun, mufu, umu, uuuu, qué rico! Rico!
Pequeño pulpo: Después que termine mi padre, yo, también, usaré mi boca tubular para frotarle desde el clítoris hasta el culo, hasta que pierda la conciencia, y entonces revivirla y hacérselo de nuevo, chu, chu!!
Y así. Se puede leer la traducción completa en el blog que el traductor tituló, precisamente, Los Apetitos de la Buza[2]. Mi amigo dice ser un fiel seguidor de este.

La obra de Hokusai sorteó la censura del período Edo y hasta fue considerada central dentro del repertorio erótico de la época. No sucedió lo mismo, sin embargo, bajo el gobierno Meiji (1868-1912). Cuando se concretó la Restauración de 1868 y frente al temor de que las potencias occidentales considerasen a Japón un país poco civilizado, la censura se intensificó. Todos las representaciones explícitas de actos sexuales fueron denominadas ero-guro-nansensu (del inglés “erotic grotesque nonsense“), haciendo que casi cualquier obra antes considerada erótica, fuese ahora considerada “pornográfica”, porque, bueno, para algo habían inventado los ingleses esta categoría unos años antes. Así, en el artículo 195 del Código Penal creado en 1907, el gobierno estableció que: “Aquella persona que distribuya, venda o exhiba públicamente un texto, una imagen u otro tipo de material obsceno, será castigado con una pena de más de dos años y una multa de no más de dos y medio millones de yenes. La misma pena se aplicará a la persona que posea lo anterior para el propósito de su venta“. Elshunga y los pulpos pasaron entonces a la clandestinidad.

La obra de Hokusai tampoco fue bien recibida en Europa durante el siglo XIX y pasaron décadas hasta que artistas como Degas, Van Gogh y Rodin reivindicasen la estampa erótica japonesa. Incluso Picasso, que criticó reiteradas veces este tipo de arte, tenía una colección de sesenta y una estampas eróticas japonesas e hizo una versión propia de Ama to tako. Pero para los defensores de la moral victoriana, resultó intolerable. No tanto por la escena de sexo explícito como por el hecho de que se representase a una mujer en pleno goce. Que una mujer pudiese sentir placer y de un modo tan extremo resultó aberrante. Esto quedó claro cuando el artista inglés Joshua Handley volvió de Japón y quiso publicar los pulpos de Hokusai, le contestaron que no se podía representar a una mujer en semejante estado. Luego Handley empezó a pintar pulpos él mismo y se obsesionó hasta el punto de no poder representar otra cosa. Pero la historia de Handley quedará para otro momento. El punto es que los moralistas europeos condicionaron nuestra recepción de la obra y de la erótica tentacular. De hecho, cuando finalmente pudo ser publicada en Inglaterra, se la tituló como The Dream of the Fisherman’s Wife (El sueño de la esposa del pescador), dejando bien en claro dos cosas: 1) que la mujer estaba casada, y 2) que la escena representada era ficticia, no fuera a ser cosa que las mujeres se creyesen capaces de tales atrocidades.

Desde fines del siglo XIX japonés, y durante todo el desarrollo de lo que luego sería el Imperio del Sol Naciente, lo erótico devenido “pornográfico” fue estrictamente prohibido. Recién después de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota del Imperio y la subsecuente Ocupación Norteamericana, la censura fue levantada y el sexo explícito pudo volver a publicarse. Pero también esto fue relativo. Por un lado, eru-guru-nansensu pasó en cambio a referir “lo anormal”, es decir, a todo aquello que fuese demasiado raro, violento o perverso. Incluso se popularizó el uso de un nuevo término, más conocido por todos: hentai (変 hei, de cambio, raro, bizarro y 態 tai, condición o apariencia). Todo lo que pudiese entrar en esta nueva idea de anormalidad sí se vio restringido. Por otro lado, se mantuvieron prohibiciones del Código Civil de 1907 antes citado, no solo sobre la distribución de los productos, sino más todavía sobre la exposición del vello púbico, de penes o directamente del coito. Lo sorprendente, y a contramano del mundo posmoderno en que vivimos, es que esto se ha mantenido incluso hasta el día de hoy.

Los pulpos cumplieron durante toda esta segunda mitad del siglo XX un rol protagónico, gracias al ingenio del artista de manga y anime, Toshio Maeda (1953-). “En ese tiempo...”, dijo en una entrevista previa a su obra Urotsuki-dōji (1986), en donde sus tentáculos se volvieron famosos, “…era ilegal crear escenas sexuales en la cama. Pensé que debía hacer algo para evitar dibujar esas escenas sexuales normales. Así que inventé una criatura. Su tentáculo no es un pene como pretexto. Yo podía decir como excusa, esto no es un pene, es sólo una parte de la criatura. Una criatura es una criatura, así que no es obsceno, no es ilegal“. Maeda está incluso orgulloso de su creación, y ha pedido públicamente que cuando se muera, alguien inscriba en su tumba: “El Maestro de los Tentáculos”.

Esta táctica fue usada por muchísimos artistas eróticos tras Maeda, hasta convertirse en un género propio, el shokushu gōkan. Lo interesante es que cuando por aquellos años se lo trasladó a Occidente, el nombre fue traducido no explícitamente, sino como “tentacle porn“. Algo similar había sucedido ya, una vez más, con Hokusai. En la biografía fílmica que hizo de él Shindō Kaneto (1912-2012), se narra la vida de aquél y su lucha por convertirse en un artista reconocido. La película se titula “Hokusai manga” 北斎漫画 (1981), que sería algo así como “dibujos de Hokusai”, pero en inglés fue traducida como “Edo Porn“. Amaury García explicó en el citado blog que la escena predilecta usada para los pósters y trailers de la película fue en la que la buza tiene sexo con un pulpo, en detrimento de otros momentos de la vida de Hokusai. Pero bueno, no vamos a juzgarlos. Lo porno vende. Es una realidad. El problema está en desconocer y propiciar que los parámetros de una cultura juzguen a otra. Si desconocemos el desfasaje entre lo erótico japonés y lo pornográfico occidental, si desconocemos la historia que hay detrás de los pulpos, quizás no hagamos más que reproducir lo que dicen muchos: los japoneses son todos unos morbosos de mierda.

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A los interesados en otras formas de zoosexualidad del Japón contemporáneo, transmito las recomendaciones literarias de mi amigo: 1) la novela La Presa, de Kenzaburo Oe, en donde un grupo de niños y niñas japoneses hacen que un soldado norteamericano viole a una cabra; y 2) una escena que no sé si podría llamarse realmente zoosexualidad, pero que vale la pena mencionar: en una de las tantas orgías de la novela Azul Casi Transparente, de Ryu Murakami, una mujer es penetrada con un pollo asado. Reseñé ambas novelas aquí.

El punto al que quería llegar: la bestialidad, zoofilia, zoosexualidad, o como se la quiera llamar, ha sobrevivido una y otra vez a los discursos de poder que quisieron abolirla. Pero también ha ido mutando, ha ido convirtiéndose en algo más violento, más extremo, precisamente por la existencia de dichas prohibiciones. Esto me lleva evidentemente a concluir: la prohibición genera respuestas más monstruosas aun que el objeto originario que quería prohibirse. Entre la estampa erótica de Hokusai al video con que comencé este breve recuento histórico, ha habido un largo camino. Pero ese camino fue el que impuso, y con consecuencias en todos los casos negativas, la censura. La pornografía, que ha sido una constante en la historia de la humanidad, quizás deba ser entendida menos como “pornografía” que como categoría inventada por un grupo de pacatos que se vieron demasiado afectados por algunos tentáculos aquí o allá. Pero bueno, ya estoy hablando como mi amigo. Y no quiero confundirlos. A mí estas cosas raras me siguen dando asco.

 

Puede descargar Erótica tentacular – Andén 80 en formato .pdf

 

 

 

 

 

 

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