El inicio de la novela Yukiguni de Kawabata Yasunari no tendrá el impacto de otros igualmente famosos comienzos de la historia de la literatura («Call me Ishmael«, «Aujourd’hui, Maman est morte«), pero ninguno presenta con tanta precisión a Japón como lo que realmente es: un témpano impenetrable al que llegamos después de un largo y oscuro camino. Publicada en forma serializada y errática entre 1935 y 1937, la historia de amor entre el pretencioso y occidentalizado Shimamura y la provinciana e incansable geisha Komako sólo se transformó en novela en 1948, después de algunas también-erráticas reescrituras por parte del autor. En la escena inicial, el protagonista se encuentra en un tren que cruza las montañas entre las prefecturas Gunma y Niigata, llamadas en el texto por un nombre antiguo. Las primera frase que lee el lector es la siguiente: 国境の長いトンネルを抜けると雪国であった. He aquí algunas traducciones (interpretaciones) de la misma.
The train came out of the long tunnel into the snow country. (Seidensticker, 1956)
Al final del largo túnel entre las dos regiones se penetraba al país de nieve. (César Durán, 1968)
El tren salió del túnel y se internó en la nieve. (Juan Forn, 2003)
Al salir del largo túnel que separaba dos regiones se llegaba al país de nieve. (Albert Nolla, 2009)
Mi traducción literal: «Al salir del largo túnel de la frontera estaba el país de nieve». Todo en esta frase es perfecto, desde las imágenes hasta el uso del pasado; todo nos lleva a un mundo que se ha desvanecido. Kawabata nos invita a ingresar a una foto antigua de algo que ya no existe, a una esfera de cristal con figuras de juguete y nieve de mentira dentro, a un relato que separa (y subvierte) tiempos, espacios y dimensiones. Atrás, en el túnel, queda el presente; adelante, en el libro, el pasado. Los optimistas dirán que esto es característico de la cultura japonesa y que existe en el país una yuxtaposición constante entre tradición y modernidad. Otros, los pesimistas, dirán que ese Japón efectivamente dejó de existir y que fue sepultado por toneladas de cultura popular chatarra. A favor de los últimos debe decirse que el túnel de Yukiguni se convirtió en una atracción para turistas y densha otaku (fanáticos ferroviarios): coleccionistas de trenes de juguetes, perseguidores de fotos inéditas de formaciones, expertos en túneles y estaciones, etcétera. Hoy, el país de nieve de Kawabata es el escenario de otro mundo igualmente fantástico e imaginario, si no en sustancia por lo menos en forma.
En una literaria vuelta del azar, hoy resulta imposible sentir aquello que sintió el protagonista de Yukiguni en su camino a Niigata. En 1967, al túnel de la novela se la agregó un segundo túnel un piso más abajo, llevando cada uno trenes en direcciones contrarias. Aquél por el que atravesaba el personaje era el superior, que ahora es aquél por el que viajan los trenes desde Niigata y no al revés. De todas formas, decidí visitarlo. De camino me acompañaron frases de la novela y escenas de ese manga o anime; todas las cosas que quería comparar en un post sobre «Kawabata, el otaku». Un post sobre la repetición de experiencias, sobre la similitud entre lo sublime y lo bajo, lo culto y lo popular. Me imaginé escribiendo esas palabras y acompañándolas con fotos, un poco Kawabata y un poco otaku, como todo lo que habita el mundo actual: mezcla, conexión, amalgama. Cuando bajé del vagón sentí, sin embargo, que me encontraba en un lugar totalmente fuera de mis expectativas; en una prisión soviética o en una película de zombies. Lo impenetrable y lo nostálgico toman, supuse, formas cada vez menos claras.


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