El Quijote en Japón

Presentado en IV Jornadas Cervantinas de Azul (3-5 de noviembre 2011)

“Un libro como el Quijote está llamado a desembarazarse de las intenciones de su creador para vivir una vida propia”.

– Erich Auerbach, Mímesis

Debemos la primera referencia a Cervantes en Japón a Kōga Kin’ichiro (1816–1884), un reconocido estudioso y diplomático quien, al igual que su padre y su abuelo, integraba de la academia Shōheizaka. Kōga se ocupó principalmente por traducir y difundir aquellos textos que eran necesarios para el comercio, la política y las relaciones internacionales de Japón, filtrándose ocasionalmente textos de otras ramas del conocimiento. En 1867 compendió unos fragmentos de enciclopedias y revistas europeas dentro de una colección llamada Tonichi Kangen; en el tomo 24 menciona a un escritor francés llamado ‘Serubanto’. Pero esta referencia a uno de los autores más importantes de la literatura occidental pasó casi inadvertida. Recién veinte años más tarde, a partir de 1885, empezaron a traducirse del francés para la revista Azuma Shinshi algunos textos literarios, entre ellos una novela ejemplar cervantina: El casamiento engañoso. Para iniciar lo que sería una larga tradición de errores, el traductor anónimo atribuye a ésta ser parte del famoso Quijote del francés ‘Serubanto’ antes mencionado por Kōga.

El casamiento engañoso fue re-traducido al japonés dos años más tarde como Oushuu Jowa Tamabara (algo así como ‘historia europea de los amores de una mujer hermosa’) seguida ese mismo año por la traducción de La fuerza de la sangre bajo el título de Oushuu Shinwa Tanima no Uguisu (literalmente, ‘otra historia europea del ruiseñor en el valle’). Esta vez, no sólo fueron consideradas obras del francés ‘Serubanto’ sino también parte de su ‘don Kyui-kotte’. Por fortuna, estos errores fueron corregidos con rapidez. Algunos años más tarde aparecen nuevas traducciones del Quijote: primero Shujiro Watanabe tradujo veinte capítulos en 1887 y luego Shōyō Matsui la totalidad de la primera parte en 1893. En ellas se restituyó la nacionalidad del autor pero también se incurrió en nuevas variaciones producto de la libre interpretación, como puede verse ya en el título elegido por Matsui: Donquiou bouken tan (Historia de las aventuras de un viejo de poco ingenio). Y a éstas deben sumarse nuevas transformaciones resultado de la transcripción fonética: además del llamarlo Serubanto, también llamaron a Cervantes Saavantesu y Seruvantesu, y en lo que refiere al personaje: Donkuikkisooto, don kuikisooto, donkihoutee.

En cuanto al idioma, destaco un hecho importantísimo: tanto la traducción de Shujiro como la de Shōyō fueron hechas a partir del inglés. No fue sino hasta muy entrado el siglo XX que se hicieron traducciones directas del español al japonés. Ōgai Mori, por ejemplo, publicó en 1892 una traducción de El alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca, pero debió hacerlo a partir de un texto alemán; la obra culmine de dicho autor –La vida es sueño– no fue traducida sino hasta 1940, también del inglés. Y con el Quijote sucedió algo similar. Además de los casos antes mencionados, según el profesor Shimizu Norio, las siguientes traducciones que tenemos (las de 1901, 1902 y 1914) también fueron hechas a partir del inglés. Inclusive la primera traducción completa a cargo de Shimamura y Katakami en 1915 y una segunda hecha por Morita en 1928, fueron en base a textos anglosajones. La traducción directa desde el español recién la inició Hirosada Nagata, pero sólo logró publicar una parte en 1948 antes de su muerte; a ésta la finalizó su discípulo Masatake Takahashi en 1977. La primera traducción publicada por su realizador data de 1981 y fue hecha por Yu Aida, año en el cual, también, publicó una biografía de Cervantes que finalmente ordenó los datos que se tenían en Japón hasta el momento (Shimizu: 2005).

Tenemos, entonces, un problema central en los orígenes de la recepción y traducción del Quijote en Japón: el factor lingüístico, acrecentado por la necesaria mediación de una tercera lengua que hiciera siquiera posible no sólo una traducción o adaptación sino directamente una lectura o una primera aproximación al texto. Y una vez superada esta imposibilidad, una vez empleado el inglés, el francés o el alemán para acceder al español, los intelectuales y traductores japoneses de fines de siglo XIX se enfrentaron a un dificultad todavía más problemática: por primera vez desde sus interacciones con China durante los siglos IV y V, se vieron ante la necesidad de transformar por completo su propia lengua si querían llevar a cabo la recepción y traducción de una cultura-otra.

Ahora bien, ¿por qué tenemos referencias a Cervantes y a su obra recién a partir de 1867? Para comprender exactamente este retraso, debemos reponer brevemente un proceso histórico de Japón mucho más amplio que Carlos Rubio ha dado en llamar “los movimientos de flujo y reflujo” (Rubio: 2007, 49). Esta metáfora refiere a los movimientos que tuvo la cultura japonesa a lo largo de su historia, introduciendo elementos extranjeros durante los períodos de Flujo y cerrando sus fronteras para asimilar esa recepción durante los de Reflujo. Según Rubio, el Primer Flujo se habría dado en los siglos IV-IX tras la llegada de la China civilizada al territorio japonés, siendo su punto culminante la promulgación del Código de Taihō en el año 701; a éste proceso le habría respondido un Primer Reflujo tras el colapso de la dinastía Tang, durante los siglos IX-XII. El Segundo Flujo se habría dado entre los siglos XIII-XVI, introduciendo el confucianismo y artes plásticas como la pintura y la cerámica durante el gobierno militar de los Kamakura. También a éste período le habría sucedido un Reflujo durante los siglos XVII-XIX, específicamente en 1635, cuando en Japón se inicia el más riguroso cerramiento de casi todo el resto de su historia, cerramiento que vetaba la entrada de extranjeros y prohibía la salida de nativos.

Este período es sobre todo importante para nosotros porque tuvo un antecedente clave que dejó en suspenso los vínculos entre Japón y Europa: la prohibición del Cristianismo en 1613. En efecto, los primeros contactos entre España y Japón corresponden a los jesuitas del siglo XVI que buscaban predicar el Evangelio. El primero de éstos fue San Francisco Javier y su Compañía de Jesús, quien llegó a Japón en 1549 iniciando lo que sería una interrelación prolífica entre ambos países, llegándose a traducir al japonés hacia fines de siglo varias crónicas españolas y varios textos cristianos. La prohibición oficial del Cristianismo, impuesta por el edicto de Tokugawa Ieyasu y no ya en la forma de persecuciones aisladas, desestructuró por completo la empresa iniciada por los jesuitas; seguidamente y como hemos mencionado, ocurrió un bloqueo del comercio internacional y finalmente un cerramiento absoluto del país con la seguidilla de edictos Sakoku. Desde entonces, Japón fue regido por el shogunato de los Tokugawa, quienes mantuvieron la estricta política de aislamiento hasta mitad del siglo XIX. Ocurrió entonces un hecho central en la historia japonesa. Ante la indetenible llegada de barcos europeos y norteamericanos, la aristocracia japonesa del shogunato se vio en la obligación de reabrir sus fronteras, retomando el comercio y la posibilidad de recibir cultura extranjera. Se llamó a este hito de reapertura la Restauración Meiji (1866-1869). En términos de Rubio, fue éste un Tercer Flujo en el cuál Japón recibió una desbordante cantidad de productos extranjeros, pudiendo asimilarse tan sólo parte de ella.

Durante el proceso restaurador, la recepción y traducción de la cultura occidental en Japón pronto se vio matizada por un trasfondo básicamente político de aquellos intelectuales encargados de su difusión. Algunos estaban a favor del proceso de reapertura y otros en contra, en menor o mayor grado. Una de las formas a través de la cual los intelectuales tradicionalistas defendieron la cultura propia del Japón pre-moderno fue la ‘japonización’ de los elementos culturales extranjeros que habían recibido. El Quijote es sin lugar a dudas un caso, ya que su protagonista fue rápidamente asimilado con una figura central en la historia japonesa y propia del shogunato: la del samurai. Así, cuando Matsui realizó la antes mencionada traducción total de la primera parte en 1893, se le agregó al texto una ilustración de los dos protagonistas vestidos con armaduras típicamente japonesas. Aún más explícita es la afirmación de Nitobe Inazō en su célebre texto de 1899, 英文『武士道』[Eibun Bushidō]:

“La caballería es enemiga de la economía: hace ostentación de pobreza. Dice Ventidius que «la ambición, virtud del soldado, prefiere las pérdidas a las ganancias que la oscurecen». Don Quijote cifra más orgullo en su rústica lanza y en su escuálida cabalgadura que en el oro y el poder, y un samurai simpatiza cordialmente con su exagerado colega de la Mancha” (Nitobe: 1971, 70-71).

Don Quijote samurai y Sancho

Don Quijote convertido en samurai (Serizawa: Ehon Don Kihote, 1936)

 

quijote samurai leyendo

Don Quijote samurai leyendo novelas.

Si bien un Quijote transformado en samurai es útil en tanto traducción de culturemas occidentales y sobre todo en tanto “antecedente de la recepción” de una cultura en otra (Naumann: 1973), y si bien Nitobe fue un fiel defensor y justificador de las aplicaciones occidentales en Japón, es necesario destacar en él la intención política antes explicada: reivindicar un tiempo anterior en el cual los samurai gobernaban Japón, un tiempo avasallado por esa mismísima cultura occidental que es recibida, traducida, transformada y difundida. En efecto, la era Meiji fue un período de activa recepción de cultura extranjera, pero también fue un período de interpretación forzada para mantener vivas las tradiciones japonesas. Ésta es una contradicción constante en el Japón moderno de la cual la recepción del Quijote nos sirve como ejemplo paradigmático.

Retomando los postulados de Rubio, los períodos de Guerra y Posguerra Mundiales fueron el último “movimiento de flujo y reflujo” de la historia japonesa (Rubio: 2007). El creciente nacionalismo japonés de las décadas de 1930 a 1950 intensificó la ‘japonización’ de las culturas extranjeras. Durante este período, la representación de Don Quijote como samurai se volvió canónica y popular, al punto de existir diversas versiones ilustradas como la del antes mencionado Matsui. La más famosa de ellas es el 絵本どんきほうて [Ehon Don Kihote] de Keisuke Serizawa de 1936 (literalmente, ‘libro ilustrado de Don Quijote’), en donde no sólo se ‘japoniza’ al personaje y a su escudero sino también a todo el paisaje, repleto éste de bambúes, biombos y otros elementos propios de Japón.

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Cubierta del Ehon Don Kihote de Serizawa (1936)

En décadas posteriores, incluso con políticas de apertura globalizadoras, las apropiaciones de lo extranjero se mantuvieron, aunque quizás no exclusivamente dedicadas a la reivindicación de la figura del samurai sino a la legitimación de la cultura de masas japonesa: me refiero a manga y al anime, siendo un caso emblemático del último ずっこけナイト ドンデラマンチャ [Zukkoke naito: don de ra Mancha] de 1980; en éste, el personaje pierde casi absolutamente todos sus rasgos originales para entremezclarse con los más disparatados elementos de las caricaturas de la época. Podríamos mencionar muchísimos ejemplos de esta índole que, al igual que la analogía Quijote-samurai, responden siempre a la misma lógica: recibir los productos de una cultura extranjera para que sea asimilada por la propia. Este proceso implica una volatilización de los rasgos culturales extranjeros y una inmanencia de los japoneses, quedando desarticulada toda posibilidad verdadera de “fusión de horizontes” (Gadamer: 1979, 106). Kenji Inamoto propone una idea más circunscripta al contexto Meiji: “El límite de la modernización de Japón puede observarse en la figura de Don Quijote convertido en samurai” (Inamoto: 2000, 309).

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Don Quijote samurai y el león convertido en tigre

 

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Versión en animé de Don Quijote

Ahora bien, en esta misma dirección quisiera destacar un caso más complejo e interesante que se nos presenta en la lectura que hizo el devoto japonólogo inglés Reginald Horace Blyth durante la Segunda Guerra Mundial, al comparar el pensamiento quijotesco con el Budismo Zen:

“The life of Don Quixote was a life of Zen; indifferent to the opinions of his fellows, without a single thought of self, of self-aggrandisement or self-expression. He Lived twenty-four hours every day, following his instincts (his ideals) as wholeheartedly, as truly, as naturally, as the blooming flowers in spring, as the falling of leaves in autumn” (Blyth: 1942, 33).

Por supuesto, la recepción en Inglaterra y Europa de esta analogía fue la de una curiosidad estética y divertida, algo que incluso podríamos mantener en nuestras actuales lecturas new age. Más allá de todo exotismo, es interesante que en el caso de Blyth no sea Japón quien recibe a un Quijote que transforma en samurai sino que es ahora Occidente mismo quien recibe, o vuelve a recibir, a un Quijote ya ‘japonizado’. En Japón esta comparación por parte de un inglés tuvo dos implicancias muy específicas. La primera fue consciente: defender su lugar de pertenencia dentro un país en el que Blyth residía, a pesar de ser parte del bando enemigo en la guerra. La segunda implicancia fue (posiblemente) inconsciente: la reincidencia en el procedimiento de ‘japonización’ de otras culturas, procedimiento que hemos mencionado ya en Nitobe y cuyo trasfondo era básicamente político. Quizás sea pertinente pensar qué otras obras, como el Quijote, han sido parte de disputas políticas similares, aprovechando la distancia entre su contexto de producción y aquél de recepción y traducción.

Fiel al título del presente ensayo, me he concentrado hasta el momento de la recepción y traducción del Quijote en Japón, relevando un contexto histórico mayoritariamente desconocido en nuestro ámbito académico. Quisiera concentrarme ahora en algunos hechos textuales que servirán para profundizar cuestiones más específicasii. Debemos empezar recordando que existe en el Quijote lo que podríamos llamar una ‘matriz genérica’ dentro de la cual interaccionan formas propias de la novela de caballería, de la bucólica, de la italianate novella, y de otros géneros literarios. Pero el público japonés de la era Meiji no estuvo al tanto de este hecho, por lo cual la comprensión del sistema intertextual del Quijote los excedió por completo. Para un Japón recién abierto al mundo, fascinado por las novelas canónicas del siglo XIX europeo, la recepción del Quijote fue la recepción de una novela de caballerías, quedando absolutamente matizada o ausente la confrontación o parodia de géneros discursivos que constituye uno de los núcleos centrales del texto. Por otra parte, Japón tenía su propia codificación genérica de la literatura. En el período que nos compete, existía en Japón un género literario llamado 滑稽本 [kokkeibon], traducido algo así como ‘libro cómico’ y generalmente considerado como literatura de baja calidad. No me parece arriesgado afirmar que sin un trasfondo cultural que respaldase una lectura más profunda y crítica, comprensiva de la sátira y de la picaresca occidental, el Quijote, con su forma paródica y cómica, les haya recordado a los japoneses este género bajo. Precisamente y como hemos visto, el Quijote fue traducido con ilustraciones y dentro del marco de adaptaciones infantiles, como lo antiguos libros de 滑稽本. Si bien esto es tan sólo una conjetura, admite preguntarnos hasta qué punto el proceso receptivo de un texto literario debe seguir los parámetros establecidos por códigos genéricos preestablecidos, siendo éstos construcciones específicamente ligadas a la cultura de origen y fuertemente determinantes de las asignaciones de sentido que le atribuyen al texto.

No debe sorprendernos, por lo tanto, que se presente una problemática similar (aunque con consecuencias distintas) con el tan occidental género de la crítica literaria. Junto al profesor Shimizu quisiera mencionar un texto que pudo haber habilitado una recepción más analítica del Quijote en Japón. Se trata del ensayo “Hamlet y el Quijote” de Iván Turgéniev, traducido al japonés en 1897. Si bien fue un caso aislado, el texto de Turgéniev marca el inicio de un problema literario que ha perseguido a los quijotistas japoneses del siglo XX: la imposibilidad de desligarse de las lecturas occidentales más canónicas del Quijote. Quizás dos intentos no del todo fallidos hayan sido los del poeta y traductor Ueda Bin y del novelista Sōseki Natsume. En los años 1906 y 1907 respectivamente, se concentraron en analizar lo cómico, lo humorístico y lo satírico del Quijote, comparándolo a textos japoneses. Otro caso importante es el del Nóbel Ōe Kenzaburo, quien ha leído el texto en una clave humanista tan propia de la crítica romántica occidental del siglo XIX, llegando a autocalificarse “un novelista con carácter de Sancho” (Braun & Ōe: 2010). La particularidad en cada uno de estos casos, si no me equivoco y a diferencia de los procesos de ‘japonización’, fue la de mantener el juicio crítico sin replicarlo. En todo caso, se utilizó comparativamente o con fines humanistas, encarnándolo incluso en la propia figura del autor que la cita, como en el caso de Ōe. Recién después de la Segunda Guerra Mundial aparecieron en Japón más obras críticas sobre el Quijote (de Kobayashi Hideo, Nakamura Mitsuo, Hagiwara Sakutaro) y aun así muchas seguirán esa tradición re-afirmativa de la crítica literaria occidental. Ya hacia el siglo XXI son destacables los trabajos de Ushijima y del mencionado profesor Shimizu Norio, si bien se concentran en cuestiones biográficas e históricas y no tanto analíticas.

Según acabamos de ver, entonces, existen dos sistemas textuales dentro y fuera del Quijote que cumplen diferentes funciones en el plano de la recepción y de la traducción. El primer sistema es la ‘matriz genérica’ interna cuya incomprensión y desconocimiento por parte de los lectores japoneses ha propuesto una asimilación entre Don Quijote y la figura del samurai que, en primer lugar, ignora la parodia implícita en la obra de Cervantes y, en segundo lugar, admite un mayor potencial político de ‘japonización’. El segundo sistema es la inmensa biblioteca cervantina de la cual la crítica literaria es el exponente principal. En cuanto a ella, y quizás también por una falta de profundidad de ciertas instancias textuales específicas, los intelectuales japoneses se vieron obligados a seguir las líneas de análisis planteadas por Occidente. Ambos casos explican mi conclusión parcial: para utilizar la terminología de Hans-Robert Jauss, considero que el “horizonte de experiencias” del público japonés se vio interpelado mucho más por instancias extra- textuales del Quijote que por el “horizonte de expectativas” que el texto produce en sí mismo (Jauss: 1975). Quizás los japoneses tendrán una visión más profunda y personal del Quijote cuando la crítica literaria occidental se encargue de relevar los vínculos que existen dentro del texto entre Japón y el Este de Asia.

—–

Es por esto que propongo hacer algunos acercamientos iniciales. Aunque no se hace referencia explícita a Japón, en el Quijote sí se hace una doble presentación de lo que en el texto se llama ‘Oriente’. La primera presentación de ‘Oriente’ es la de un lugar de absoluta lejanía y otredad, algo fuera del alcance de los personajes y del narrador, utilizando para esto una variedad de epítetos: “las puertas y balcones de Oriente”, “la región distante donde sale el sol” y “la puerta de la aurora blanca” (I: XIII, 80; II: XIV, 559; II: LXI, 891). Sobre todo enfática de este alejamiento es la dedicatoria al Conde de Lemos, que Martín de Riquer calificó como la mayor ironía del Quijote:

“[…] el que más ha mostrado desearle ha sido el grande Emperador de la China, pues en lengua chinnesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, ó, por mejor decir, suplicándome se la enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese en lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote. Juntamente con esto me decía que fuese yo á ser el rector del colegio” (Dedicatorias: xxx).

Coincidentemente este pasaje habla del concepto de recepción. Su efecto cómico, de seguro mucho más efectivo en el siglo XVII, reside en que el narrador-autor consideraba a China por fuera del “horizonte de expectativas” de su texto. Es un lugar- otro, un lugar inalcanzable, del cual, sin embargo, se destaca un cierto poderío económico y cultural. Esto mismo nos permite entrever el soneto que el Caballero del Febo dedica a Don Quijote: “Imperios desprecié: la monarquía / que me ofreció el Oriente rojo en vano / dejé, por ver el rostro soberano / de Claridiana, aurora hermosa mía” (Versos preliminares: xxii). Y así también en la graciosa descripción de Clara Perlerina, un caso que utiliza esa abundancia económica como descripción estética: “la doncella es como una perla oriental, y mirada por el otro lado como una flor de campo; por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo” (II: XLVII).

‘Oriente’, entonces, es un imperio poderoso como Europa, pero absolutamente distante. Las siguientes menciones de Asia toman otro rumbo descriptivo. La primera mención explícita la encontramos en el episodio en que un cura, enojado con el Canónigo, se queja de los errores en los que incurren las comedias, y explica que muchas obras se desarrollan sin secuencia lógica del espacio, siendo Asia una de “las cuatro partes de nuestro mundo” (I: XLVIII, 428). Similarmente, el narrador utilizará un procedimiento similar al referirse a “las tierras de Preste Juan de las Indias” (I: XLVII, 424). Me interesa retener el posesivo “nuestro mundo” y “las tierras de”, ya que se relacionan con la segunda mención que se hace de Asia. Ésta se presenta cuando Don Quijote va de camino a Barcelona y, mientras considera azotar con más énfasis a Sancho, dice: “Si nudo gordiano cortó el Magno Alejandro, diciendo «tanto monta cortar como desatar», no por esto dejó de ser universal señor de toda Asia” (II: LX, 879). Esta vez, la posesión occidental sobre Asia es absoluta, es universal. Y si bien la remisión a las conquistas de Alejandro Magno son constantes a lo largo de todo el Quijote (xxi, I: 5, 36, 345, 425, 436; II: 484, 739, 877, 889), la anterior atribución hiperbólica implica que “toda Asia” debe entenderse como un territorio potencialmente explorable y ulteriormente conquistable por Occidente, afín a los proyectos imperialistas españoles de los siglos XV y XVI.

Esta perspectiva es producto de un contexto histórico-político específico, y sobre todo de un gran desconocimiento que los europeos tenían de Asia, razón por la cual no pretendo de ninguna manera juzgar a Cervantes. De hecho, el Quijote se encuentra plagado de tensiones étnicas, ideológicas y culturales que se establecen entre sus personajes, tanto en sus discursos como en sus acciones, que más bien indican que a su autor le interesaba ponerlas en discusión mucho más que reafirmarlas. Carlos Moreno considera ejemplares los episodios del morisco Ricote y su hija Ana Félix, y también aquél de la pelea entre Don Quijote y el escudero vizcaíno que acompaña a su señora a Sevilla, sobre todo concentrándose en los problemas lingüísticos y de traducción que se ponen en voz de los personajes en cada caso (Moreno: 2003, 205-228). Yo propondría agregar varios episodios más a esta lista: aquél en que se remite a la tierra de Sayago, el de la condesa de Trifladi proveniente de Candaya y sobre todo el antes mencionado del Canónigo. En este último el cura critica aquellos libros que hablan de tierras “que ni las describió Tolomeo ni las vio Marco Polo”, para finalmente concluir: “y si esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosa de mentira, y que así no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía yo que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera” (I, 47). En cada uno de estos casos, el énfasis de la discusión de los personajes está puesto sobre la veracidad o falsedad de los discursos propios de las novelas de caballerías, cuestionándose de alguna manera la construcción exótica y cuasi-maravillosa que solía hacerse de toda Asia.

Ya que hablamos de recepción, quisiera citar un testimonio en el cual se critica a 14

Cervantes por criticar el exotismo de las novelas de caballería. Se trata de la relación del jesuita Sebastián Vizcaíno, quien leyó al Quijote y lo empleó –de igual modo que Bernal Díaz hizo con el Amadís de Gaula en México– para describir su llegada a Japón en 1611:

“Hizimos noche en un lugar llamado Fuxicao, donde estava tan proveída la posada y comida tan anpliamente para todosm que no se puede dezir más, que según se va haziendo y cossas biendo, assí de edifiçios como de gente y otras cosas, que me pareze se puede dar algún crédito a los libros antiguos de cavallerías y a sus grandezas y encantamientos y dezir el que conpuso a «Don Quijote» que no tubo razón, porque berdaderamente es gran reino éste” (en Gil: 1991, 336).

Desconocemos si ésta es una impresión del Vizcaíno o si era una discusión frecuente y establecida en la época. También desconocemos si efectivamente está haciendo referencia a un pasaje específico como el del Canónigo. En cualquier caso, la recepción del jesuita, sumada a la idea de ‘Oriente’ como un lugar-otro inalcanzable, da cuenta de un hecho fundamental para nuestro análisis de la recepción y traducción del Quijote en Japón: mucho antes de las mencionadas dificultades del contexto japonés, ya en Europa misma no estaban dadas las condiciones históricas, políticas y culturales para que fuese posible una verdadero dialogismo con el Este de Asia. Si algo compartían por un lado el “horizonte de expectativas” del texto y por el otro lado el “horizonte de experiencias” del público japonés, era la absoluta disociación de uno y otro territorio, quedando el Quijote sin concretización alguna con ese público sino hasta el siglo XX y principios del XXI.

Si he elegido para este ensayo un lugar tan distante de España como lo es Japón no es tan sólo porque me especializo su literatura. Junto a Jaime Fernández (Fernández: 1987, 201- 212), creo que además nos sirve como caso ejemplar de lo poco analizado y aun así productivo que puede resultar el estudio de la recepción y traducción del Quijote en diferentes culturas. No olvidemos que el supuesto segundo autor del texto se presenta a sí mismo como receptor y traductor (textualmente “intérprete”), tanto de la obra del historiador arábigo Benengeli como de la literatura caballeresca. Hay algo en la escritura del Quijote que tiene que ver lo que hoy en día llamaríamos ‘multiculturalismo’ y que a la vez tiene que ver con una discusión más profunda: si un texto tiene efectivamente un autor determinado, un público específico o, en nuestro caso, un territorio de pertenencia. Creo que leer el Quijote a la luz de las relaciones entre Occidente y Asia nos permite confirmar que esta discusión se encuentra aún en vigencia.

 

BIBLIOGRAFÍA:

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