La presa (o de negros y cabras)

La presa (1957) de Ōe Kenzaburō se opone a toda la anterior literatura japonesa. O mejor, consciente o inconscientemente se pone en la línea de una fracturada y joven tradición de posguerra para canonizarla como la predilecta forma expresiva de los literatos del 50 hasta el 70. Hablo de poetas menores como Hara Tamiki y Tōge Sankichi o de cuentistas como Kojima Nobuo. No más geishas ni sutiles caligrafías ni paisajes hermosos:

“Imaginé a los soldados extranjeros escondidos en las ramas más elevadas de los abetos cubiertos de una profusión de flores semejante a espiguillas de gramíneas, espiando a mi padre y a los demás hombres a través de los ramilletes de finas agujas verdes. Con los trajes de vuelo hinchados y constelados de flores pegajosas, debían parecer ardillas gordas a punto de reventar antes de la hibernación” (pg.36).

Dos niños de un recluido pueblo japonés ven un avión que cae del cielo. El pueblo entero se acerca al lugar y encuentran a un único sobreviviente: un soldado negro vestido con casaca militar estadounidense. La novedad, lo inexplicable, lo desconocido se presenta con la bandera de la victoria pero también con la necesidad de supervivencia. Los pueblerinos pronto establecen una compleja relación con él, desde la curiosidad y la contemplación hasta el temor y la incomprensión. Pero la relación entre el otro y el nosotros se plantea en todos los niveles posibles en esta obra maestra: entre los niños y los adultos de generaciones anteriores, entre los habitantes de ese pueblo resguardado y los de las capitales niponas, entre japoneses y norteamericanos, entre bélicos y pacifistas, y también, por qué no, en el soldado mismo, que es enemigo, pero un enemigo ‘negro’ y diferente al resto de los norteamericanos.

Si esto les parece recargado de nostalgia y de dolor y de pesadumbre, agrego un dato no menor: hay una escena de sexo con una cabra. Claro, porque la bestialidad tiene mucho que ver con la guerra. Todavía más, son unos niños los que inducen a un personaje a que penetre a una cabra. ¿Consecuencias de la demencia que implica toda guerra? Lo dejo a su criterio. Tampoco voy a indicar mucho más el por qué, ni el cómo, ni la conclusión de dicha escena perversa, pero que sí determina el tono que va a tener toda la novela: el del realismo grotesco, esto es, lo que vio Bajtín en Rabelais, el humor oscuro que es la única forma de poder tolerar una tragedia y subvertirla.

Aprovecho para agregar también que la traducción “la presa” es insuficiente. El título original del texto es Shiiku [飼育], que en japonés significa más bien “cría” y que tiene que ver con otra dialéctica: la del amo y la del esclavo, la de la domesticación. ¿Quién está domesticado en esta novela? ¿El soldado norteamericano que sobrevive en territorio enemigo? ¿O es acaso todo el pueblo japonés, subyugado ante una guerra perdida que los condicionará por décadas? ¿Lo será quizás el dolor aprisionado por el humor grotesco?

Título: La presa (Shiiku)
Autor: Ōe Kenzaburō
Traducción al español: Yoonah Kim y Joaquín Jordá (colaborador)
Editorial: Anagrama (2006)
Año de Publicación: 1957 
Páginas: 120 
Precio: $120
Puntaje: 9 de 10 chapetitos (de lo mejor de la literatura japonesa)

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