“Me resulta paradójica la idea de que una isla, que es un espacio limitado y que depende tanto de los avatares de la naturaleza, sea, para muchos, una posibilidad de escape”, dijo Inés Kreplak a Ámbito respecto de su novela, Confluencia (2017, Alto Pogo). Estaba refiriéndose al delta del Tigre, claro, lugar en donde se desarrolla la mayoría de su trama. Sin embargo, quisiera hacer una salvedad y desterritorializar la cita a otro espacio cuya insularidad también condicionó a su gente y a su cultura: Japón. Shklovski (a quien se cita en Confluencia) creó un personaje autobiográfico que dijo que lo más importante en la literatura son nuestras motivaciones. Borges dijo algo similar sobre la poesía, pero usó una palabra más precisa: “excusas”. Siguiendo a éstos, voy a usar a esta novela como motivación o como excusa para generar una confluencia: Inés está escribiendo lo que los japoneses llaman una ‘novela del yo’.
En Japón, el debate entre las así llamadas ‘novela auténtica’ y ‘novela del yo’ surgió a partir de un artículo de la revista Shin shōsetsu 新小説 (La nueva novela) de enero de 1924: Honkaku shōsetsu to shinkyō shōsetsu to本格小説と心境小説と (La novela auténtica y la novela de estado mental) de Murao Nakamura (1886-1949). La distinción nos resulta ahora bastante rudimentaria: según Nakamura, la novela auténtica era un texto en tercera persona, similar a los de Tugeniev, Tolstoi y Chéjov, en el cual el autor quedaba oculto por detrás de la realidad presentada o descrita; la segunda, en cambio, que se limitó a denominar ‘novela de estado mental’, era un texto en primera persona que expresaba todo lo que podría cruzársele por la cabeza al autor. Lo cierto es que este debate era anterior y ya desde mitades de los 1910s muchísimos autores japoneses se quejaron del excesivo uso de la primera persona y de la identificación con el autor en las novelas de la época. Hablaban de Jijoden shōsetsu 自叙伝小説 (novela autobiográfica), Kokuhaku shōsetsu 告白小説 (novela confesional), Jiko shōsetsu 自己小説 (novela sobre uno mismo) o Ichi ninshō shōsetsu 一人称小説 (novela en primera persona). Lo que logró Nakamura fue realizar una crítica similar, pero sintetizado las categorías dentro de ‘novela de estado mental’, que los críticos luego redefinieron como Shi shōsetsu o Watakushi shōsetsu 私小説 (novela del yo).
La historia del debate es por lo menos tan extensa como toda la literatura japonesa del último siglo, de modo que considero ocioso recapitularla. Hubo variantes para las definiciones de estas ‘novelas del yo’, existiendo ejemplos en primera, segunda y tercera persona, pero también objetivas y subjetivas, más y menos confesionales, con personajes humanos, animales, plantas y objetos. Así, lo único que después de cien años se ha concluido sobre esta ‘novela del yo’ es que en realidad se trata de un género que siempre se encuentra en una frontera entre lo público y lo privado, esto es, un género que problematiza la intimidad. Uno podría pensar que cualquier obra literaria lo hace, pero la ‘novela del yo’ se caracterizaría por hacer de esto el epicentro de su contenido y de su forma. En efecto, “problematizar la intimidad” describe temáticamente a Confluencia: lo vemos en la timidez de la protagonista, en el cuerpo invadido por la enfermedad, en las casas del Tigre que están okupadas por personajes con sueños disímiles. Pero también lo vemos a nivel estructural: si la novela se proponía ser una autobiografía, la llegada al Tigre implica la irrupción del discurso literario gracias al contacto con la intimidad otra; si se proponía una narración ajena al sujeto, esto resulta imposible sin la voz de un alter ego de la autora que nos guíe íntimamente por las turbias aguas del delta.
Hay un pasaje en la novela de Inés que es revelador en este sentido. Se trata del momento en que el personaje de Malena encuentra unas comadrejas en su casa. El capítulo se abre con una fugaz aparición de la narradora-y-protagonista, para luego dar paso a una narradora omnisciente que sabe los pensamientos, escalofríos y sentimientos de asco del personaje. Es uno de los pasajes más extensos del libro (los animales son rápidos y huidizos, de modo que Malena no sabe en un principio cómo lidiar con ellos), entre cuyos párrafos no se entromete en ningún momento la voz de la alter ego de Inés. Pero si pensamos en las palabras finales de la novela (“Ella [Malena] y su vida fueron también la excusa para que yo mirara para adentro y pensara en mi vida, en lo construido y en lo que también me falta construir, y en los esfuerzos que cada paso requiere”), aunque también en su epígrafe inicial, bien podríamos afirmar que la ‘novela auténtica’ y la ‘novela del yo’ confluyen inevitablemente, que no puede existir una sin la otra. Así, las experiencias, como las comadrejas, nos obligan a moverlo todo, a reordenar, a construir; también, a ficcionalizar.
Recordemos que la novela que se proponía aniquilar de una vez y para siempre al autor, Madame Bovary, empieza con el pronombre “nous” y que Flaubert tuvo que decir, ante un juicio que desmoronó todo su recién-nacido proyecto estético, que él era la protagonista. Ahí tenés tu separación entre autor y contenido, Nakamura. Confluencia es un ejemplo honesto y dinámico de esta última imposibilidad. Me dejó pensando en cuál va a ser el camino de Inés por la literatura. ¿Va acercarse deliberadamente a uno de esos muelles o va a dejar que el agua del delta la lleve? Me es inevitable preguntarme también si el eterno debate por intentar definir estas dos formas no nos deja siempre estancados en un pantanoso rincón de la literatura. Por suerte existen los refugios, los escapes, las islas, a algunas de las cuales llegamos sin siquiera proponérnoslo.
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