El Oriente desplazado (o por qué me dedico a lo que me dedico)

Este libro es brillante. De alguna manera hace todo lo que me había propuesto cuando hace algunos años me dediqué fugazmente a investigar el orientalismo de Mansilla, de Wilde, de Tablada, de Gómez Carillo. Hoy, mi mirada me resulta muy sencilla al lado de esta genial investigación. En primer lugar, el texto rastrea los deplazamientos que tuvo el orientalismo argentino y latinoamericano desde mitad de siglo XIX hasta la década de 1930, para mostrar que este concepto, tal y cual lo definió Said, no es ni estático ni ajeno a las transformaciones. Pero en segundo lugar, y más importante aún, es un texto que no se centra en el Oriente; lo desplaza, lo desterritorializa, hace lo que Renato Ortiz para hablar de la modernidad-mundo en Lo próximo y lo distante. Así, Oriente es una excusa para explicar el surgimiento de una fraternidad geopolítica que habrá de llamarse «Tercer Mundo». Entremos más en detalle al contenido.

La introducción ya postula la categoría alrededor de la cual se va a centrar el texto: la de orientalismo invertido. Lo que intenta definir esta categoría es un viraje en el discurso orientalista hegemónico, propio de los proyectos imperialistas y coloniales del siglo XIX. Según Bergel, dicha transformación habría comenzado en Latinoamérica en paralelo con el antiimperialismo y el espiritualismo, si bien se concretó tras la Primera Guerra Mundial, cuando el ideal de progreso de Occidente se vio resquebrajado y surgió, en cambio, la posibilidad de pensar a Oriente como un contramodelo civilizatorio. Sin embargo, frente a definiciones que la mayoría de los investigadores en el área han (hemos) utilizado, tales como «orientalismo latinoamericano» u «orientalismo argentino», Bergel prefiere el de «invertido», precisamente para desanclarlo de una región en particular y establecer conexiones horizontales con países al margen de las potencias de principio de siglo XX.

El capítulo 1 aborda el origen del «tercermundismo», pero también la influencia de la prensa en la configuración del concepto de ‘Oriente’ a principios de siglo XX. Se trata de un constante diálogo entre las así llamadas generaciones del 37 y la del 80, con el fin de mostrar la disolución de algunos princpios del orientalismo ‘a la europea’ cristalizado en el contexto argentino bajo los principios de una matriz sarmientina. Si bien perviven en este primer viraje del orientalismo decimonónico muchos de los prejuicios anteriores y la idea de Oriente como un espacio-otro, también debe resaltarse (dice Bergel) que los intelectuales argentinos de fines de siglo XIX dieron las primeras miradas liberales y modernizantes en detrimento de la fascinación del orientalismo europeo clásico. Lo que puedo agregar a esto desde mis investigaciones es que muchos de ellos han llegado a usar al orientalismo como forma de criticar al pensamiento europeo, si bien últeriormente han sostenido mucho sus prejuicios (Eduardo Wilde sobre Japón, creo, es el caso ejemplar).

En el capítulo 2, a mí entender el mejor del libro, se analiza la continuación de dicha matriz sarmientina en el positivismo de fines de siglo XIX, pero también se aborda el surgimiento de una reacción a este último que habrá de desarrollar también un nuevo orientalismo. Considerando como trasfondo a la Guerra Hispanoamericana, Bergel explica que la prensa, el modernismo literario y la teosofía fueron los tres elementos que tuvieron una directa influencia en esta nueva mirada sobre Oriente. La prensa lo habría hecho a través de sus mecanismos de universalización y de la intensificación de los rasgos culturales compartidos. El modernismo, por su orientalismo diferenciador, que habría emancipado la mirada sobre Oriente de toda política en un acuerdo estratégico con el universalismo (hecho que, en consecuencia, les va a garantizar el respaldo de dos públicos: aquél ilustrado que busca nuevas estéticas y aquél popular, producto de la ampliación de la masa lectora). Finalmente, la teosofía habría intensificado una «sensibilidad orientalista» mediante sus conexiones con el anarquismo y el socialismo, es decir, por compartir con estos últimos una búsqueda internacionalista que, más que social o política, era fundamentalmente moral.

El capítulo 3 y el capítulo 4 abordan el complejo entramado de lecturas de Romain Rolland y Oswald Spengler, entre otros, que se hizo en el contexto argentino, ya dentro de un contexto de sensibilidad antiimperialista y con el surgimiento de un discurso espiritualista. Así, se habla de una ruptura en el esquema de Said. Para este último, el orientalismo era una trama de significaciones plurales que intentaban definir una esencia, pero el orientalismo de la Primera Posguerra (sosteniéndose en el antiimperialismo) se presenta en realidad como una trama que atraviesa nacionalidades y continentes, variando así su definiciones. Especialmente interesante es el recorrido que llevó a Rabindranath Tagore a Latinoamérica y que implicó el desarrollo de un «horizonte universalista» y de un «cosmopolitismo alternativo» en nada menos que Victoria Ocampo, hecho que habrá (agrego yo) de incidir en todo el grupo Sur y en el orientalismo de los años 50s en adelante.

Los últimos dos capítulos también los voy a reseñar juntos. El 5 trata de la expansión del orientalismo invertido en Latinoamérica y por corolario de una subsecuente defensa del concepto de «despertar de Oriente». Específicamente, esto se habría logrado a través de tres mecanismos básicos: las cartas, los viajes y las revistas. Bergel se concentra en tres autores en particular: José de Vasconcelos, Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. Cada uno con sus particularidades, los tres tuvieron incidencia en el campo intelectual argentino de la década del 20. De igual forma, el capítulo 6 trata de aquellos detractores de la reivindicación positiva de oriente, arguyendo a favor de una reaccionaria «defensa de Occidente». En este caso, Bergel trata también a tres ejemplos que son Manuel Gálvez, Juan Emiliano Carrulla y César Pico. Este enfrentamiento (o debate o querella o disputa) entre un «despertar del Oriente» y una «defensa de Occidente», señala el autor, tuvo una particular presencia dentro del diario La Nación.

¿Sabrá Bergel que estoy reseñando su libro desde Japón, desplazando también aquí a Latinoamérica? Nuestra región se desplaza y ahora yo me dedico a estudiar cómo el «latinoamericanismo» ha mutado en el contexto asiático, desde los primeros encuentros en el siglo XIX, pasando por el auge del Boom Latinoamericano y luego en el marco de la globalización del nuevo milenio. Lamentablemente, las fraternidades que parecían unir a Latinoamérica con Asia se están borrando hoy en día; no sólo en Japón (que nunca se sintió cercano de nuestra región, salvo quizás con Brasil), sino en particular con China e India, espacios en los cuales, tras el rápido crecimiento de sus economías, se han auto-proclamado y posicionado como los próximos líderes mundiales, intentando perseguir a los Estados Unidos o a la Unión Europea. En este marco, ¿seguirá Latinoamérica siendo «Tercer Mundo»? En fin, ésa es otra historia. Lo importante en este caso: este libro es un punto de partida esencial para cualquiera que se dedique a los estudios de Asia y África desde Latinoamérica; una fuente que sin dudas se convertirá en obligada referencia para todos los profesionales de las nuevas generaciones.

Quizás de interese mi artículo sobre el orientalismo 
de viajeros latinoamericanos (Wilde, Tablada y Carrillo).

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: