“En el país del dragón celeste, triunfa la moda impuesta por el cinematrógrafo y el periodico; la moda que a todos alcanza; la moda democrática. ¿Esto es la civilización? Renegamos, en el supuesto, de la civilización que acerca los horizontes, abate las montañas, ilumina las selvas, no para hacer al hombre más bueno, pues el hombre conserva, como en la época cuaternaria, el instinto carnicero de la guerra –si no para despojarle de las virtudes autóctonas, es decir, del genio original, y darle luego un traje cortado en las tiendas neoyorquinas–. El «color local» se sacrifica en provecho del mercader yanqui, dueño, hoy en día, de las lonjas universales”.
–Max Rhode, “Pekín” [1].
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