Para mí Naná va a ser siempre Natalia Ghergorovich, porque así la conocí cuando cursábamos juntos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Pero a fin de hacer una breve reseña de su diario, voy a llamarla simplemente Naná, el que eligió para su alter ego: una crítica de golosinas, una incisiva conocedora tan científica como inquieta, una escritora que desde hace una década registra sabores y gustos de lo más diversos en su blog Estilo Naná. No pude encontrarme con ella durante su viaje a Japón en que escribió este diario. Nos cruzamos. Yo estaba justo en Buenos Aires, recargando pilas. Porque este país te deja exhausto cuando la magia empieza a desvanecerse. Porque detrás de las maravillas que describe este texto, también hay agotamiento. Es como el envoltorio de una golosina que nunca más volvimos a encontrar o que, cuando lo hicimos, nos enteramos que cambiaron los ingredientes. Perdón, Naná, soy un pesimista.
Este diario es hermoso y divertido y dinámico; un pantallazo veloz sobre Japón y sobre su sociedad, pero también sobre las interacciones obligadas a las que uno se enfrenta ni bien llega a la isla. A veces intenta captar tantas cosas que sólo los que vivimos o ya viajamos aquí podemos comprender en algo esa totalidad. Pero ésa es quizás una de sus virtudes: transmitir el rotundo exceso de estímulos que es Japón. La sobrecodificación y el consumismo en Tokio, la abrumadora e incatalogable cantidad de templos en Kioto, la desbordante naturaleza del suroeste. Igualmente destacables son los momentos en que el diario sale de la lógica de la descripción y la narradora hace una pausa y evalúa y analiza (“levanta la cabeza del texto”, diría Barthes). Son los episodios en que se transforma en una niña siempre atenta que quiere aprender y comprender, impulsada antes que nada por la curiosidad.
Por otro lado, en todo viaje podemos encontrar detalles que anteriores viajeros no describieron. Me parece que en este diario hay muchísimos: los envoltorios de las golosinas, las características de los bambis de Nara, los dispositivos antisuicidio que abundan en los medios de transporte de todo el país. También, una clarísima consciencia de encontrarse en el epicentro de lo pop y de la cultura popular. Naná quizás no lo sepa, pero ésta fue y es una política de estado. Desde el año 2002, y a fin de evitar otra década perdida como lo fueron los 90s para la economía japonesa, el estado se planteó reposicionar al país en aquello que se había convertido durante los 70s y 80s: en una superpotencia cultural. Es lo que se dio a llamar Cool Japan (クールジャパン Kūru Japan). Clara forma de soft power, ésta intenta ejercer una influencia en el mapa geopolítico a través de la industria cultural japonesa.
Pero eso quedará para algún ensayo. Hoy quiero celebrar que tengamos un diario en donde se narren estos bellos episodios:
El maestro [de dulces tradicionales] me hizo algunas preguntas por medio de un idioma mitad inglés y mitad de señas. Quería aclararme que la clase sería en japonés. Le dije “it doesn’t matter”, que en realidad solo quería “see to learn”. Expliqué esto señalando mis ojos, los elementos y luego mi mente. Se rio. Me reí.
Porque finalmente, la risa es la misma en todos lados, parece sugerirnos Naná. Y eso le sale con toda naturalidad y honestidad, sin ninguna reserva, sin temor al exotismo. Lo leí de un tirón, ya por la alegría que transmiten sus palabras como por ser un hilo más de los pocos, aunque crecientes, que unen a Latinoamérica con Asia. Que el diario se abra y se cierre en Ciudad de México, mi segundo hogar, fue para mí una sorpresa inesperada (México… ese país, esa palabra, esa «X» en la que encontré también tanta alegría, como en el mapa de un tesoro).
Cierro con dos hipótesis (no puedo con mi genio). La primera es que este tipo de textos son la prueba de que los argentinos ya no sentimos a Japón, pero tampoco a Asia, como una imposibilidad o como un otro incognoscible, sino que apostamos a la experiencia sin miedos ni censuras. La segunda hipótesis es más oscura: el Cool Japan, con todas sus fallas, tuvo repercusión en el Lejano Sur. Nos atrae, nos convoca, cumple su efecto. Las aplicaciones que esto tenga van a quedar en manos de quienes pensamos a este país como un objeto de estudio. Para eso son necesarios más disfrutes, más experiencias y, sobre todo, más relatos de la experiencia como lo es este hermoso diario.
Me dio tanta intriga que fui y me lo compré! Me costó un huevo conseguirlo, y al final entre parciales, todavía no lo pude leer.
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