Kanamara Matsuri

El mikoshi es un objeto característico de todos los rituales sintoístas. Se trata de un recinto en miniatura, con sus respectivos pilares, ventanas y cortinas, el vehículo de los dioses que es acarreado por los habitantes de una ciudad para purificar así las calles. En el Festival Kanamara, sin embargo, existe un segundo y un tercer mikoshi, los cuales cobran protagonismo por sobre el habitual. Uno de ellos es un alargado metal oscuro rodeado de sogas de cáñamo. El otro, un gigantesco pene de madera pintado de color rosa. Un grupo de travestis transportan este último, riendo y cantando y saltando, hasta llegar a una plaza en donde se desarrollan las celebraciones: alcohol, baile, música electrónica. No se trata de una Marcha del Orgullo, ni de una fiesta en nombre de la liberación sexual. El Festival Kanamara es una tradición japonesa en nombre de la fertilidad.

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Según cuenta una antigua leyenda Ainu, un demonio se enamoró de cierta mujer. Ésta, desinteresada, decidió casarse con otro hombre. En el súmmum de la ira y de los celos, el demonio poseyó a la mujer y le hizo crecer unos enormes dientes afilados en su vagina. Durante la noche de bodas, en plena consumación de su primer encuentro sexual, los labios de la mujer arrancaron el pene del novio de un mordisco. Traumatizada, aquella se casó una segunda vez, pero sucedió lo mismo en la nueva noche de bodas. La mujer contactó entonces al herrero del pueblo, quien forjó para ella un pene de metal con el objetivo de hacerle creer al demonio que se trataba de un tercer pretendiente. Todavía poseyendo la vagina de la mujer, el demonio intentó morder y arrancar el miembro metálico, lo cual ocasionó que los dientes se quebraran uno a uno.

El mito de la vagina dentata como símbolo de castración recorre todas las culturas, siendo ejemplar la interpretación que hizo Marie Bonaparte del cuento “Berenice” de Poe. Sin embargo, la leyenda Ainu nos ofrece otro significado. Más que un mito sobre el impedimento y la imposibilidad, estaríamos ante un relato sobre la superación y la liberación. Todavía más, se trataría de una reafirmación del acto sexual y una defensa de la procreación. Ésta es, en efecto, la función social que aún mantiene el santuario Kanamara. Muchas parejas lo visitan para solicitar por un embarazo sano o por cuestiones vinculadas a la fertilidad. También fue y es visitado por prostitutas que piden protección ante enfermedades de transmisión sexual. El Festival mismo, iniciado en 1969, se convirtió en un espacio de reivindicación de agrupaciones LGBT y una excusa para recolectar dinero que luego se utiliza en la investigación del VIH.

Por otro lado, el Festival Kanamara es también ejemplo de otra función tan paradigmática como frecuente en las prácticas tradicionales japonesas: el consentimiento de los turistas. Los trenes llegan a Kawasaki repletos de estos últimos, cada uno de ellos esperando sacar una foto memorable, con una remera o gorra del evento, la mayoría de ellos lamiendo un chupetín con forma de falo. Incluso hay cientos de páginas de Internet que explican cómo llegar y qué hacer en los alrededores del evento. Si alguna vez se aseguró que en el País del Sol Naciente existe una constante superposición entre tradición y modernidad, quizás hoy esto se resignifique en términos de «tradición y turismo». Porque además de la fertilidad, en el festival se celebra la curiosidad. Hay algo de erótico en eso, claro. En lo diferente, en lo exótico, en lo que no ocurre en ningún otro lugar del mundo. Pero, ¿qué es lo diferente? ¿Qué salgamos a recorrer la ciudad con un pene gigante o que exista una cultura que todavía celebre y mantenga este tipo de tradiciones?

Acá algunas fotos y un video del evento de este último domingo 1 de abril.

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