Hace una semanas fui a Maebashi, un pueblito en la prefectura de Gunma donde nació Sakutarō Hagiwara, un poeta que traduje para una editorial chilena. Resulta que como no había mucho para hacer (no había ni konbinis; creo que conté tres, TRES), visité también uno de los pueblitos cercanos: Isesaki. Fue justo el sábado 11 de enero y en el santuario del pueblo se celebraba el festival Jōshū Yakiman, en el cual se cocinan unos panes manjū de medio metro de diámetro inscriptos con deseos.
Pero eso no es todo. Ese mismo día se celebra en todo Japón el día conocido como kagami biraki (鏡開き, apertura de los espejos), que simboliza la ruptura con una larga abstinencia o represión. Y como durante cualquier evento festivo, y en ese caso doble, había en a calle todo tipo de puestitos que vendían comida de matsuri, juguetes, ropa y parafernalia religiosa, como son los daruma. Éstos son unos muñecos huecos, redondos y hechos a manos, pero cuyos ojos nunca están pintados. La persona debe, al momento de adquirir un daruma, pedir un deseo y dibujar su ojo izquierdo; al momento en que el deseo se cumpla, debe pintar el otro ojo y abandonar el muñeco en algún santuario o festival.
Según las leyendas, los daruma habrían tomado como modelo a Bodhidharma, un monje budista del siglo V o VI, de quien se dice que fundó el budismo zen y los primeros monasterios shaolin para el entrenamiento de kung-fu. O sea, un capo por donde se lo mire. También se dice que éste una vez meditó durante nueve años seguidos y que por eso se le cayeron brazos y piernas, quedando como los muñecos en cuestión. Algunas versiones y relatos son todavía más sádicos. Aseguran que Bodhidharma se quedó dormido siete de los nueve años que meditó y, al despertarse y darse cuenta de esto, se cortó las pupilas con un cuchillo para evitar que sucediera otra vez.
Los daruma premian la perseverancia. Uno no sólo debe pedir un deseo y pintarle uno de sus dos ojos cuando lo adquiere, sino que además debe esforzarse día a día para que ese deseo o sueño se cumpla. Así, nunca se sabe bien si es el daruma quien nos cumple el deseo o si somos nosotros mismos. Más que un objeto a través del cual lo divino interviene en el mundo, entonces, el daruma es un objeto a través del cual algo ajeno a lo humano nos recuerda de la constancia necesaria para darle un sentido a nuestras vidas. Encarna, también, ese proverbio japonés: 七転び八起き (nanakorobi yaoki, «me caigo siete veces y me levanto ocho»). A Moria Casán le gusta esto.
Los deseos que se le hacen a los daruma cambian según el color del muñeco. Los rojos y más típicos son para pedir por la buena fortuna, los amarillos por dinero, los negros para prevenir la mala suerte, los naranjas para pedir por el éxito profesional, los azules por mejoras en el campo educativo o laboral, los verdes para la salud y el ejercicio, los violetas para la mejora de nuestra personalidad, los rosas para el amor, los plateados para el estatus social y los blancos para la purificación. Acá mi daruma con mi deseo. Agrego que me enteré los significados de los colores sólo después de comprarlo. 😛
Bonus track: A los fans del cine bizarro japonés (deberían serlo todos), les recomiendo ver la peli 『神さまの言うとおり』 (Kami-sama no Iu Tōri, como dios manda) en la cual un daruma malvado obliga a los alumnos de una escuela a jugar al daruma-san ga koronda, una especie de ‘juego de las estatuas’. La pena por moverse, sin embargo, es que el muñeco le hace explotar la cabeza a los chicos.
Datos de los eventos (en ponja) acá.
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