El simio y el maestro de sushi (o un texto monolítico)

Cuando Copérnico dijo que la Tierra no era el centro del universo estaba también dicendo otra cosa: que los seres humanos no somos tan especiales como nos creemos. Desde entonces pasó mucha agua bajo el puente, pero en muchas cosas mantenemos la prevalencia del antropocentrismo. Quizás la más relevante sea hoy en día el concepto de «cultura». Sólo los humanos tenemos cultura, se dice por ahí. Sólo nosotros hemos perfeccionado la tecnología y el transpaso de conocimiento. Sólo nosotros hemos llegado al refinamiento absoluto que implica una práctica como el sushi, frente otras bárbaras y salvajes mediante las cuales se alimentan los animales. Es ante esta idea prevalente y excesivamente humana de «cultura» que el primatólogo Frans de Waal escribe este libro fascinante.

ape and sushi

Parte biografía, parte recopilación de ejemplos, parte debate sobre teorías del mundo de la biología, el texto nace de un ejemplo paradigmático: los macacos japoneses de la isla de Koshima, que lavan papas antes de comerlas. Según un grupo de investigadores que llegó a esa isla casi deshabitada en los 50s,todo comenzó con un especímen hembra, Imo, a partir de la cual los demás habrían reproducido la actividad por observación hasta alcanzar a la mayoría de los demás macacos en la isla. Más adelante, dicha costumbre se habría transmitido a las nuevas generaciones que nacieron allí. Este tipo de transmisión no genética de la información (ésta es la definición que de Waal da de «cultura») puede rastrearse en cientos de especies del reino animal. Algunos gorilas hacen ceremonias cuasi-religiosas. Existen ballenas que perfeccionaron métodos para confundir a los cardúmenes mediante el soplido coordinado de burbujas. También, muchas aves han transmitido melodías a lo largo de generaciones enteras.

Que la cultura no sea una construcción humana es uno de los temores más frecuentes (¿un temor primordial?) de tanto biólogos como de investigadores de la ciencias sociales. Sobre todo para estos últimos, las explicaciones biológicas pecan de deterministas y esto es inaceptable frente a las características aparentemente propias del ser humano: el libre albedrío, la conciencia, la capacidad de decidir lo que quiero hacer con mi cuerpo y con mi persona. Sin embargo, De Waal en ningún momento plantea animalizar al hombre. Tampoco sugiere que todo lo que somos es el resultado de cadenas genéticas. Por el contrario, su objetivo es mucho más amplio: sugerir que también en los animales existe un proceso similar al que llamamos cultura, que la predisposición a aprender y a transmitir conocimiento es un rasgo genético que los seres humanos hemos perfeccionado más que otros seres. Sugerir, esto es, que entre naturaleza y cultura no existe la escisión y la oposición a la cual el mundo occidental está acostumbrado.

Sería demasiado extenso citar todos los desordenados ejemplos que usa de Waal y que, inclusive a los más devotos culturalistas, les resultarían absolutamente intrigantes. Pero quisiera mencionar el tema con el que se cierra este libro. Si existe una tendencia entre todos los seres de la naturaleza a transmitir información y conocimiento, entonces eso abre la puerta a que tampoco la moralidad sea una particularidad exclusiva del ser humano. Basándose en Mencio y en Aristóteles, filósofos sumamente distantes pero contemporáneos que creyeron que el bien era una particularidad de la biología (humana), el autor nos propone lo siguiente:

Evolution has produced species that follow genuinely cooperative impulses. I don’t know whether people are, deep down, good or evil, but I do know that to believe that each and every move is selfishly calculated overestimates human mental powers, let alone those of other animals (p.356).

La evolución generó especies que seguían genuinamente impulsos cooperativos. No sé si muy en el fondo los seres humanos son buenos o malos, pero sí sé que el creer que cada uno de sus movimientos es el resultado de un cálculo egoísta sobreestima las capacidades humanas, pero también la de los animales.

Este libro nos propone la existencia de una tendencia genética a la cooperación y a la transmisión colectiva en los seres vivos. Nos propone que se trata de una característica mucho menos humana que natural. Este libro es también un testamento contra el abuso de la palabra «cultura» que parece estrangularnos cada día (“todo es cultura, todo es contexto”), pero también una reivindicación de la ciencia, de aquello inmodificable pero increíble en nuestra especie; aquello que los fanáticos del culturalismo menosprecian con el nombre de “biologicismo”. Dicha idea de «cultura» nos hizo creer diferentes, nos hizo pensar que la naturaleza está en la vereda de enfrente. Fue la palabra que se usó y se abusó cuando las explicaciones racionales resultaban molestas. Pero cuán fascinante sería, propone de Waal, si nos viéramos inmersos dentro de un universo mucho más amplio y necesario (y en peligro, me permito agregar) como lo es la naturaleza.

Dejo una de las tantas (e increíbles) repercusiones de este texto:


Título: The Ape and the Sushi Master. Culture Reflections of a Primatologist 
[1]
Autor: Frans de Waal
Editorial: Basic Books (Perseus)
Año de Publicación: 2001
Páginas: 437
Precio: U$S19
Puntaje: 9 de 10 chapetitos (un libro fascinante y revelador)

 

[1] El texto fue traducido como El simio y el aprendiz de sushi: Reflexiones de un primatólogo sobre la cultura, por la editorial Transiciones en 2002. Entiendo que el cambio de «maestro» a «aprendiz» pone un énfasis en acercar animales y humanos, en lugar de entender a estos últimos en términos dicotómicos (cosa que de Waal igual critica). Eso o sencillamente se trata de un error de traducción.

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