Japón desde una cápsula (o Japón como una distopía coreana)

En una charla que di en el IDAES-UNSAM sobre la influencia que tuvo la cultura latinoamericana en la japonesa, uno de los participantes me preguntó cuál creía yo que era la imagen que tenían los japoneses de los latinoamericanos, «de nosotros». La pregunta me vino muy bien porque me permitió explicar la hipótesis central con las que trabajo: que desde la posguerra algunos escritores japoneses vieron en Latinoamérica (y en todo el entonces llamado Tercer Mundo) un nuevo-otro, una estructura social que era potencialmente distinta a la modernidad occidental prototípica (agrego que casi ningún japonés considera a Latinoamérica como «Occidente»). Quien me hizo esa pregunta fue el periodista Julián Varsavsky, otro interesado en Japón (como yo) y cuyo interés no surgió ni por deber ni por sangre (también como yo). En esa oportunidad no pudimos hablar mucho más, pero después nos agregamos a Facebook y seguimos en contacto. Ayer terminé de leer su reciente libro, Japón desde una cápsula (Adriana Hidalgo, 2019). Espero poder hacerle esta vez yo alguna pregunta pertinente.

tapa Japon desde una capsula_CURVAS

Japón desde una cápsula es una colección de crónicas que se concentran en el Japón contemporáneo, urbano y rebosante en tecnología, consumo y cultura popular. El estilo es ágil y profético: Varsavsky nos describe el país, pero también su posible futuro y el de todo el mundo actual. En este sentido, este texto puede entenderse mejor si lo sintonizamos con Lo próximo y lo distante de Renato Ortiz. Para ambos autores, Japón es un ejemplo paradigmático (y paroxístico) de la (pos)modernidad, un caso que nos permite entender el mundo en su totalidad. El autor deja esto clarísimo sobre todo en las últimas crónicas: «El centelleante Japón me interesa en tanto laboratorio sociopolítico de la modernidad tardía, donde analizar los efectos de la tecnología» (p.292). Creo que encarar al libro desde esta perspectiva hace mucho más provechosa su lectura.

Por otro lado, Varsavsky encuentra su marco teórico en el filósofo y crítico cultural que nos ha introducido a un mundo a-la-Black Mirror: el coreano Byung-Chul Han. Pocos intelectuales han generado en los últimos años un revuelo tan angustiante como el que generó Han, conectando violencia, tecnología e identidad de una forma en que ningún otro filósofo actual lo había hecho. Para Varsavsky (pero también efectivamente), la sociedad japonesa guarda muchas similitudes con el pensamiento de Han: los salaryman son excelentes ejemplos de «sujetos de rendimiento», el exceso de datos en casi todos los aspectos de la cultura es análogo a su concepto de «barbarismo de la información», la devoción japonesa a la imágenes (un rasgo que Donald Richie describió muy bien en The Image Factory) está estrechamente vinculada a la «expulsión del otro» que Han explicó al referirse a las redes sociales. Varsavsky utiliza éstas y otras comparaciones, algunas que quizás podía incluir el surcoreano en sus próximos libros.

Japón desde una cápsula nos presenta, entonces, un Japón que es el producto de la superposición de estos dos imaginarios: Japón como ejemplo de un devenir modernizador intrínsecamente destructivo y Japón como espacio hiperconectado e hiperinformado donde se disuelven las relaciones sociales. El libro cumple magistralmente el objetivo de mantenernos hasta la última página pendientes de las mil-y-un formas en que el capitalismo tardío va a seguir avanzando hacia nuestra aniquilación (el reemplazo de los trabajadores de fábricas por robots, la transformación del sexo en un juego de imágenes, la explotación y la violencia dirigidas hacia el individuo).

Ahora bien, hay momentos en que Varsavsky se deja llevar demasiado por su marco teórico, recayendo en el estereotipo que se aplicó a los japoneses durante los años de su imponente y ‘milagroso’ crecimiento económico de los sesenta y setenta. Según este estereotipo, los japoneses serían todos robots o seres sin voluntad que siguen una lógica militar y confuciana dedicados únicamente a trabajar y a tapar sus traumas infantiles con perversiones sexuales. No digo que Varsavsky sólo vea esto en Japón, pero al referirse a los ejemplos de Han, una y otra vez ofrece imágenes bastante cercanas a la anterior descripción, justificándolas con frases de estilo: «aquí en Japón hay mucho de eso». Y si bien yo mismo comprobé la existencia de estos estereotipos en el Japón actual, lo cierto es que no son necesariamente la norma y que no pueden tomarse como sinécdoque de un todo mucho más complejo. Debo agregar que esto quizás no sea culpa del cronista argentino. Quizás es culpa de Han por simplificar al mundo contemporáneo dentro de esos estereotipos post-capitalistas.

Igual, banco la sobre-interpretación. Así como Roland Barthes revolucionó la mirada sobre Japón en Occidente tras aplicarle a la sociedad japonesa un marco externo y global, también Varsavsky nos ofrece una mirada sumamente novedosa para el contexto argentino, un campo en donde se sigue hablando de «cultura japonesa» en términos monolíticos y enfocándose en la tradición. De igual forma, así como las ideas de El imperio de los signos del francés no sirven ya para explicar a la totalidad de la sociedad japonesa pero sí como fuente inagotable de potencia imaginativa, también Japón desde una cápsula va a motivar a más de un escritor a re-observar y re-pensar el archipiélago asiático. En este sentido, en su mirada paranoica Varsavsky nos presenta un perfil nuevo del cronista latinoamericano en Asia, una mirada que cuestiona desde la periferia a uno de los epicentros económicos y tecnocráticos del mundo actual (admito, sin embargo, que me habría gustado que el autor cuestionara de igual forma a su adorado Han, que habla desde otro centro de poder como es Alemania). Así, para los cronistas en la Asia del siglo XXI como Varsavsky ya no importan los estereotipos; ya nadie diría que perpetúan proyectos de conquista, porque el énfasis está puesto en generar nuevas conexiones y miradas y sujetos. Como dice César Aira en un célebre ensayo, «también el exotismo genera subjetividad».

Finalmente, otra pregunta. ¿Qué pasa si Japón no está a la vanguardia de nada, si es todo una fachada, el resabio de una imagen construida doméstica e internacionalmente? Japón como un país hiper-futurista es un imaginario que han tenido muchos escritores, empezando por el mesías del ciber-punk, William Gibson. En mi experiencia, sin embargo, pero también en la de muchos turistas que recibo, Japón es «un tanto vintage», «ochentoso», poco comparable a las más futuristas Shanghai o Dubai (donde los postulados de Han son incluso más palpables). Es decir, Japón no es el futuro. Japón fue el futuro. Esta dislocación temporal quizás sirva para pensar el siguiente paso del camino que propone Varsavsky, esto es, la inevitable decadencia (el mappō, si se quiere utilizar un término budista) al que nos acarrea el capitalismo tardío. Decadente, trágico, post-futurista, el imaginario de nuestro destino ulterior quizás menos distópico que sencillamente mediocre.

追伸 (posdata): Me encantan las ediciones de Adriana Hidalgo. En este caso se suman, también (no quería dejar de mencionarlas) las fotografías que tomó el cronista durante su/s viaje/s a Japón. Creo que complementan muy bien el universo futurista, asfixiante y fetichista que se describe a lo largo de estas 350 páginas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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