En un ensayo trascendental de 1891, afirma Oscar Wilde: «Man is least himself when he talks in his own person. Give him a mask, and he will tell you the truth» («Un hombre es menos él mismo cuando habla desde su persona. Dénle una máscara y dirá la verdad», en The Critic as an Artist, texto completo aquí). Bajo esta óptica pueden entenderse una infinidad de obras literarias y teatrales, dos de las cuales son japonesas: Yo soy un gato (1905-6), de Natusme Soseki, en la cual un narrador felino describe la sociedad humana del siglo XIX; y Sayonara (2010), de Oriza Hirata, la primera obra teatral en presentarnos a una actriz-robot. En ambos casos, la presencia de un ser excento de humanidad, ya en la narración o en el escenario, nos obliga a poner atención en sus opuestos: la vida y el alma humanas.
Tuve la suerte de poder traducir esta obra en 2017 gracias mi profesor Ryoichi Kuno, que me contactó con el dramaturgo. Afiliado a la Universidad de Osaka y poseedor de una extensa carrera, Hirata comenzó a desarrollar proyectos interdisciplinarios desde inicios de los 90s; su cercanía con el departamento de robótica de dicha universidad, uno de los más reconocidos del mundo, tuvo como fruto Sayonara. Otras conexiones que nos ofrece la obra: con la poesía francesa de fines de siglo XIX, con la estética del absurdo, con el teatro de marionetas japonés. Nos presenta una historia sencilla, etérea, digna del género con que suelen describirse las obras de Hirata: «teatro silencioso». Una robot le recita poemas a una muchacha a punto de morir, pero es la primera quien comenta, reflexiona y se deja llevar por los poemas. Un personaje de metal más humano que una humana. Un personaje que, además, sólo puede ser actuado por alguien de su especie.
Más de uno confundirá a Geminoid-F (el nombre del personaje de la actriz-robot) con uno de los tantos accesorios o props que se usan en el teatro. La pensarán como una máscara griega o como un cetro en una obra de Racine. Yo creo que tiene más que ver con los tantos animales que se subieron al escenario a lo largo de la historia del teatro, desde aquellos en la antes mencionada Grecia, hasta lo perros que actuaron de Toto en las versiones de El mago de Oz; también, con ese pececito que se usó en una reciente puesta en escena de Ricardo III, hecho que generó un fuerte repudio de parte de una sociedad protectora de animales. Lo que nunca habíamos tenido, sin embargo, es un prop móvil (actor no-humano… ¿cómo llamarla?) capaz de recitar poemas. Somos cada vez más innecesarios, al parecer. En una entrevista reciente, Hirata afirmó que en 50 años los robots van a reemplazar a los actores. ¿Cuánto tiempo para que reemplacen a los dramaturgos? ¿Al público, a los críticos, a los traductores? Me quedé con ganas de hacerle esa pregunta.
La obra va a ser presentada en Chile entre los próximos 23 y 25 de marzo de 2018, en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Acá el link al evento.
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