“¡Que los cancelen!”: los japoneses protestan contra Tokio 2020 @ Revista Gatopardo

Tomodachis, con una enorme satisfacción les comparto esta crónica que escribí para la revista Gatopardo, una de las más prestigiosas de Latinoamérica en periodismo narrativo. En ella cuento sobre la manifestaciones que surgieron en Japón en contra de los Juegos Olímpicos y sobre el desinterés general de la población ante un evento que claramente priorizó los intereses económicos. Espero les interese y compartan. Y mucha gracias a todos los que me dieron esta oportunidad.


Un video muestra a un centenar de personas frente al edificio del gobierno metropolitano de Tokio que sostienen pancartas con un único lema: “¡Cancelen los Juegos Olímpicos!”.

Es el 23 de junio de 2021, el Día Olímpico, denominado así en 1894 para conmemorar la fundación del Comité Olímpico Internacional y para reafirmar sus ideales de unión, paz y solidaridad. La atmósfera en Tokio es, sin embargo, de ansiedad y decepción. “¿Cómo pueden pensar en un evento así en esta situación?”, exclama una mujer por un altoparlante. “¡Esto es una estafa a la nación!”, agrega un anciano a su lado. Estos manifestantes son la contracara de los miles de turistas que solían visitar el edificio para subir a su mirador gratuito en el piso 45, cuando aún podían ingresar vuelos turísticos a Japón y la pandemia no había azotado al mundo.

El video se repite en Twitter: “¡Cancelen los Juegos Olímpicos!”. Le doy clic a uno de los hashtags y llego a un segundo video. En éste, una manifestación menos populosa protesta frente al hotel de cinco estrellas The Okura Tokyo, en el barrio de Roppongi. Sobre el pavimento despliegan una bandera que demanda la cancelación de los Juegos, visible desde los pisos más altos del hotel, donde se hospeda Thomas Bach, el presidente del Comité Olímpico que llegó esa mañana a Tokio. Alrededor de la bandera hay decenas de personas con pancartas más pequeñas: “La vida es más importante”, “¡Bach, regrésate!”, “¡No pises a Hiroshima!”. Hay al menos tres policías por cada manifestante. Cuando, en una conferencia de prensa unos días más tarde, interrogaron a Bach sobre el asunto, aseguró: “Lo más importante es que los Juegos van a realizarse a pesar de todo”.

Hay otros videos. Uno muestra la movilización del 31 de octubre de 2020, cuando Japón superó a China en el número histórico de infectados de coronavirus. Es de noche y los manifestantes eligieron como epicentro un barrio nocturno donde, bajo otras circunstancias, se estaría festejando Halloween. Otro muestra decenas de personas que protestan en el parque Inokashira, uno de los seis lugares donde el gobierno planeaba llevar a cabo la transmisión pública de los Juegos, si bien luego dio marcha atrás al proyecto, tras el rechazo de urbanistas y médicos. Otro registra los gritos a través de altoparlantes que se escuchaban desde afuera del Estadio Olímpico de Komazawa cuando la gobernadora de Tokio, Yuriko Koike, recibió la antorcha olímpica después de su gira por el resto del país. Esa misma tarde el gobierno japonés declaró que los Juegos se realizarían sin espectadores.

A propósito de la antorcha olímpica, uno de los videos denuncia que la transmisión del noticiero más importante se cortó durante un minuto cuando el emblema ígneo de los Juegos atravesó la ciudad de Fukushima y se topó con una movilización. Un link a una noticia informa, además, que uno de los policías encargados de repeler a los manifestantes dio positivo de Covid-19. Recuerdo noticias previas: que en Osaka, Matsuyama y Miyakojima la antorcha tuvo que desviarse por repudio de los gobiernos locales; que Kane Tanaka, la mujer más anciana del mundo según los récords Guinness, decidió no participar en la promoción del recorrido de la antorcha tal y como había sido planeado; que famosos y celebridades la tomaron como ejemplo e hicieron lo mismo; que (un caso cómico o tragicómico) otra mujer, Kayoko Takahashi, fue arrestada por disparar con una pistola de agua a la antorcha cuando cruzaba por la ciudad de Mito.

A todas éstas se suman las noticias ya conocidas por el resto del mundo. Dos miembros del equipo olímpico de Uganda y un remero del equipo de Serbia dieron positivo en la prueba de coronavirus; dos trabajadores de una villa olímpica resultaron estar también contagiados. Hasta principios de abril, a cien días del evento, Japón había vacunado a sólo 1% de su población, principalmente, por imposiciones burocráticas a la aprobación de las vacunas. Ahora, en julio, la vacunación alcanzó a más de 10% de la población, pero Tokio y cuatro prefecturas se encuentran en un cuarto estado de emergencia, algo inédito en el país desde la Segunda Guerra Mundial. Ante esta situación, el gobierno redujo la actividad presencial del sector público e instó al privado a limitar la suya, con la intención de disminuir la circulación de personas, puesto que la ley japonesa actual impide imponer una cuarentena.

Los sucesivos estados de emergencia fueron efectivos, pero el gobierno, de todos modos, recibió críticas por su lento manejo de la pandemia: retraso en la vacunación, retraso en el cierre de fronteras (que ocurrió a fines de marzo de 2020, cuando en casi todos los países de Europa fue a principios de ese mes, aunados a la falta de control del brote en el crucero Diamond Princess, varado en Yokohama en los primeros meses de la pandemia con setecientos infectados y catorce muertos; la instrumentación de la campaña masiva de promoción del turismo interno Go To Travel, cuya consecuencia fue el pico más alto de contagios en Japón (en enero de 2021 alcanzaron los ocho mil contagios y cien muertos por día); y una tasa de testeos sumamente baja (138 mil testeos por cada millón de habitantes, cuando en Argentina fue el triple y, en Chile, casi diez veces mayor). Específicamente en relación a los Juegos, el gobierno no aprovechó una situación mundial sin precedentes para negociar con el Comité los gastos de devolución de boletos y renovación de contratos de transmisión, organización y logística, y los tuvo que asumir. A esos costos se sumó una masiva reinversión en la infraestructura, dadas las nuevas imposiciones de la pandemia. Todo esto significa que los Juegos Olímpicos terminarán costándole a Japón treinta mil millones de dólares: cuatro veces más que el presupuesto original.

Releo estas noticias y me es inevitable recordar aquella postura que aseguraba que los Juegos iban a ser la salvación de un Japón cuya economía había estado en crisis desde principios de los noventa. Al igual que en los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, en los que el país se mostró ante el mundo resurgido de la guerra y el ultranacionalismo, Tokio 2020 iba a demostrar que Japón estaba a la vanguardia cultural, deportiva, tecnológica y turística en este nuevo milenio. Hoy, sin embargo, el gobierno se limitó a mantener el nombre “Tokio 2020” como un símbolo de que se puede sobrevivir a la pandemia. Ya nadie cree que el evento pueda brindarle a Japón ningún tipo de prestigio. Una encuesta dejó clarísima la postura de la mayoría: 60% de los japoneses expresó estar en contra de los Juegos Olímpicos.

“¡Cancelen los Juegos!”, resuena desde mi pantalla.

Miro hacia afuera por la ventana de mi pequeño apartamento en Tokio. Sigue lloviendo a cántaros desde hace, por lo menos, quince días; la temperatura es de 30 ºC y la humedad es insoportable. Es difícil imaginar que en apenas un mes habrá once mil atletas compitiendo por una medalla bajo este clima.

En las redes sociales, otro video promociona una movilización para el 16 de julio que quizá sea más concurrida que las últimas, que convocaron a un centenar de personas. Los comentarios y respuestas al video varían entre el enojo, la frustración, el sarcasmo y la incredulidad. Mientras tanto, los slogans en contra de los Juegos mantienen su posición como trending topic desde enero.

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