Me entrevistaron para Evaristo Cultural, la revista de la Biblioteca Nacional Argentina. Entre un montón de pormenores de mi vida y de ideas que revolotean todas las noches en mi cabeza, digo cosas como la siguiente:
Pablo Gaviratti, amigo y gran experto con quien compartí varios eventos académicos, siempre diferenciaba entre tres cosas que otros solamente explican mediante el uso de un término tan elusivo como “traducción”. Esas tres cosas son: literatura japonesa, Japanese literature y 日本文学 nihon bungaku. Cada una de estas cosas es distinta porque el marco desde el que hacemos el recorte es distinto. Esta distinción es útil para entender cómo un objeto de estudio cambia según nuestro paradigma nacional, de modo que una literatura nunca es ‘nacionalmente’ estable. Pero también existe otra forma de ver la literatura y es como una serie de discursos que atraviesan esas estructuras nacionales para mostrarse de forma mundial. Es lo que Goethe llamó Weltliteratur y que hoy se puso de moda gracias a teóricos como Franco Moretti, Pascale Casanova y David Damrosch. La idea básica sería: podemos ver a las distintas literaturas como árboles arraigados al estado-nación, pero también podemos imaginar oleadas que sacuden esas estructuras. Esas olas son la “literatura mundial”. ¿Es el reciente premio Nobel, Kazuo Ishiguro, un escritor japonés? Es más cercano a Martin Amis, a Julian Barnes y a otros novelistas ingleses. Sin embargo, los japoneses lo festejaron como propio. De hecho, el día de la entrega del premio, unos fanáticos de Haruki Murakami se reunieron afuera de un templo, todos listos con pitos, matracas y serpentina a la espera de que finalmente resultara ganador su ídolo. Cuando ganó Ishiguro, ni se mosquearon y por supuesto festejaron con pitos, matracas y serpentinas. La nación, ante todo. La idea de literatura mundial me atrae precisamente porque nunca me gustó pensar a la literatura como una insignia del nacionalismo. Pero permitime agregar: la única excusa para estudiar literatura en las universidades sigue siendo hoy un resabio de los siglos anteriores, en los que era necesario forjar una literatura nacional para sustentar la idea de nación. Si evitamos esto y nos abocamos de lleno a la existencia de una “literatura mundial”, ¿cuál va a ser la excusa para que estudiemos literatura, para que el Estado invierta en eso? Sabemos que difícilmente sea su rentabilidad.
Entrevista completa en Evaristo Cultural
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