たまたま

Publicado en Tokonoma/16

Estábamos con Paula Hoyos-Hattori en la Sección Asia y África del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, constuido en 1870 a unos cuantos metros de la Plaza de Mayo. Decir «Sección Asia y África del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA» puede sonar pretencioso. En realidad se trata de un cuartito de dos metros de largo por otros tantos de ancho, con paredes recubiertas de los más nuevos pero jamás-usados libros: Historia Comparada de Asia-Pacífico, Crónicas del Nihongi, Mitología Oriental, entre otros. En el centro de la Sección hay un escritorio y tres sillas; a un costado, un perchero, una computadora vieja y un ínfima ventana. Es ésta la única biblioteca dentro de la universidad especializada en cuestiones de «Asia y África», es decir, en todo aquello que los especialistas de «Europa y América» desconocen. Paula y yo trabajamos allí como ayudantes desde el año pasado.

Una tarde de lluvia, entonces, estábamos catalogando libros enviados por la doctora Cecilia Onaha cuando dimos con una hoja suelta, puesta como señalador, que parecía arrancada de otro libro. Estaba impresa en japonés y parecía tener ya varias décadas. Intentamos leerla pero sólo conseguimos traducir el título (“Vida del barón Tsunayoshi Megata, digna de una novela épica o una comedia musical”) y algunas cuantas frases sueltas (“…su amigo y confidente, Janzaburo Mori…”, “…en Paris del siglo XX…”, “…enamorado de una famosa violinista mitad japonesa y mitad argentina…”). Corroboramos los datos en la computadora. En efecto, el acaudalado Tsunayoshi Megata fue un noble japonés que llegó desfigurado a Paris para  quitarse una mancha de nacimiento que tenía en el rostro. Luego de la operación regresó a Tokio y fundó, en 1926, una academia de aquello que tanto lo había apasionado en Paris: de tango. Muchos sitios de Internet lo mencionaban, elogiaban y calificaban como una figura de sorprendente valor intercultural. En ningún lado, sin embargo, se mencionaba a la “famosa violinista mitad japonesa y mitad argentina”.

Paula recordó que el nombre de Janzaburo Mori le sonaba del catálogo. En efecto, teníamos en el museo una traducción en español del Método argentino para bailar tango, escrito por Mori en 1930. Acudimos al libro de inmediato y encontramos un breve episodio en donde se narraba el encuentro en Tokio entre Megata y “una joven violinista oriunda de Argentina”. Según el relato, se enamoraron profundamente hasta que ella tuvo que regresar a Buenos Aires a cuidar de su padre enfermo. Si bien Megata juró hacer lo imposible para viajar tras ella, sus padres, acaudalados aristócratas japoneses, viendo el creciente éxito de la recién fundada academia, le prohibieron hacerlo; todavía más, lo obligaron a olvidarse de (cita Mori una carta del padre) “esa mujerzuela del otro rincón del mundo”. Pasaron los años y el sueño de reencontrarse con su enamorada le resultó cada vez más distante. Concluye Mori el relato: “el barón y la violinista Amaterasu jamás volvieron a verse”.

Era bastante. Teníamos ahora el nombre de la violinista y gracias a él dimos con unos cuantos datos más. Lo primero fue una fotografía suya junto a la entonces reconocidima cantante japonesa Ranko Fujisawa en Mar del Plata; por alguna razón me pareció parecidísima a Paula. Lo segundo fue una entrevista de 1964 en una diario de la comunidad japonesa en Argentina (el Akoku Nippo) en donde se citaban textuales palabras de Amaterasu: “Me fascina el tango, como forma pero también en lo personal. Ranko siempre me contaba que el primero que cantó fue ‘Caminito’, a bordo de una fragata argentina allá por 1948. Después empezamos a viajar juntas, primero en agosto de 1953, cuando conocimos a Aníbal Troilo y Roberto Grela, luego en 1954, 1956 y ahora”. Luego dimos con más referencias y fotos: Amaterasu en una muestra del pintor Kazuya Sakai en Nueva York en 1965, Amaterasu en un texto de Juan Gelman del setenta en donde se le acredita haberle introducido a la poesía de Yamanokuchi Andō, Amaterasu en un asado de camaradería en la casa del tanguero Luis Alposta, quizás por la misma época. En una de las fotos que más llamó nuestra atención, se la mostraba en 1979, de vuelta en Japón, en una de las salas del elegante Palacio de Akasaka o Geihinkan; se encontraba allí, en las filas traseras, en la recepción del entonces presidente de facto argentino, Jorge Rafael Videla. También, en un texto de Osvaldo Svanascini de los ochenta, se hacía referencia a un “bellísimo concierto de la magistral violinista Amaterasu”. Finalmente, en una foto de 1995, ya anciana, Amaterasu se encuentra justo detrás de María Kodama en la promoción de un concurso de haiku organizado la Fundación Borges. Pero el dato más interesante provino de un tanguero argentino, íntimo del antes mencionado Alposta, quien dice en unas perdidas memorias haber conocido, allá por 1980, “a una hermosa mujer, mitad japonesa y mitad argentina, que tocaba el violín como los dioses; se rumoreaba que era amante de Luis, que ella le contó una historia de amor prohibido y que así nació su tango ‘A lo Megata’”.

Y entonces nos interrumpieron. Ya era de noche. Uno de los guardias del museo golpeó la puerta del cuartito y nos recordó el horario de salida. Tomamos nuestras cosas, cerramos con llave la Sección y fuimos caminando hacia la Plaza de Mayo. Íbamos en silencio, como si siguiéramos pensando en Amaterasu y en la insólita historia que conectaba dos países tan distantes. Al llegar a la plaza, las paradas de colectivo estaban colmadas; al parecer se había iniciado un paro de subtes de duración indefinida. Mantuvimos el silencio durante la espera, también durante el viaje y hasta separarnos cuando Paula se bajó a la altura del Congreso. Yo la miraba por la ventana y ella me saludó agitando el brazo, de modo que las sombra que se formó debajo de sus hombros me recordó al estuche de un violín. Luego conseguí un asiento y me dormí. Cuando llegué a casa a eso de las diez y me puse a revisar los mails, encontré uno de Amalia Sato en donde me invitaba a escribir para el número 16 de la revista Tokonoma una breve entrada sobre algunas fotografías que había tomado en Japón. Creo que me sorprendí poco cuando entre las cien que me adjuntó encontré la siguiente:

violinista

Todavía hoy me pregunto cuántas coincidencias o casualidades pueden unir a un cuartito de dos por dos en Buenos Aires con una estatua perdida en una metrópolis japonesa.

Reseña de Tokonoma/16 en La Nación por Daniel Gigena, aquí.

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